por Alejandro H. Justiparán
Bernardo Neustadt, periodista y conductor del exitoso “Tiempo Nuevo” –junto con Mariano Grondona-, señaló la agenda política argentina durante décadas, y fue quien mejor supo tipificar y representar al argentino/a promedio cuando creó a “Doña Rosa”. En un lenguaje coloquial y llano se dirigía a este personaje para convencerla/nos de las bondades del libre mercado y de que Carlos Menem –entonces presidente- era “rubio y de ojos celestes”, como el bien repetía a menudo.
Lo interesante es que Neustadt se posicionaba a sí mismo como el interlocutor válido del sentido común (el menor de los sentidos, como bien suele decir un amigo) y vaya si lo logró. La pregunta es ¿Quiénes son hoy los referentes mediáticos de dicho sentido? Un rápido recorrido nos acerca a las figuras de Susana Giménez, Marcelo Tinelli y Mirtha Legrand, quienes en mayor o menor medida utilizan sus programas para pedir por seguridad, mano dura y pena de muerte; asumiéndose portavoces del sentir popular. Soslayando las diferencias intelectuales existentes entre estos nuevos voceros y los de antaño y dejando de lado las miserias que cada uno de ellos conlleva, resulta por lo menos preocupante ver como millones de telespectadores a diario consumen el mensaje transmitido cual publicidad de galletitas.
Los estudios más interesantes sobre las audiencias se realizaron en el Centro de Estudios Culturales Contemporáneos de la Universidad de Birmingham. Stuart Hall –su iniciador- planteó tres posturas de comprensión e interpretación de los mensajes mediáticos por parte de los públicos: la dominante, es decir aceptar los mensajes e ideologías de los medios hegemónicos sin cuestionarlos; la de oposición o resistencia, interpretando críticamente el mensaje, y la negociada, que combina elementos de oposición y adaptación. Para los seguidores de esta escuela, los medios han colonizado la cultura, dominando el ocio y el tiempo libre.
Romper la lógica de los medios y proteger la lógica de la información, en palabras de Felipe Pigna, son dos objetivos a cumplirse en una sociedad que pretenda liberarse del poder y la influencia de los “formadores de opinión” profesionales. Para ello, necesitamos imperiosamente, espectadores con sentido crítico de la realidad. ¿Los tenemos?