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LOS IMPERIOS COLONIALES EN ASIA

Posted by on 13 septiembre, 2011

En Asia, las principales potencias europeas ya habían delimitado sus posiciones antes del reparto colonial del último cuarto del siglo XIX. Así, Indochina fue anexada al imperio francés, Japón surge como potencia colonial y Estados Unidos se introduce en el Pacífico después de la anexión de Hawai y la apropiación de Filipinas. A diferencia de África, en Asia, los países occidentales se encontraron con grandes imperios tradicionales con culturas arraigadas y la presencia de fuerzas decididas a resistir la dominación europea. Mientras algunos imperios y reinos fueron derrotados militarmente y convertidos en colonias (India, Indochina e Indonesia), otros imperios  mantuvieron su independencia formal, pero fueron obligados a reconocer zonas de influencia y a entregar parte de sus territorios al gobierno directo de las potencias (Persia y China). Caso aparte fue la experiencia de Japón, que frente al desafío de Occidente llevo a cabo una profunda reorganización interna a través de la cual no sólo preservó su independencia sino que logró erigirse en una potencia imperialista.  

GRAN BRETAÑA Y LA INDIA

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En un principio los europeos se instalaron en la India en el siglo XVI, limitandose a crear establecimientos comerciales en sus costas. A lo largo del siglo XVII, la Compañía de las Indias Orientales inglesa a través de acuerdos con los mongoles estableció sus primeras factorías en Madrás, Bombay y Calcuta y fue ganando primacía sobre el resto de los colonizadores. A fines del siglo XVIII derrotó a Francia, su principal rival. A mediados del siglo XIX, la mencionada Compañía ya se había convertido en la principal fuente de poder. Su victoria fue posibilitada, en gran medida, por la decadencia del imperio mongol y las rivalidades entre los poderes locales. En un primer momento, los ingleses actuaron como auxiliares de los mandatarios indios que disputaban entre ellos por quedarse con la herencia del imperio mogol. Cuando se hizo evidente que los británicos tenían sus propios intereses, los príncipes marathas (los marathas eran pueblos de diversas estirpes, unidos por una lengua común y por la devoción religiosa hindú que les daba identidad cultural) intentaron ofrecer resistencia, pero la confederación maratha fue acabadamente derrotada y disuelta entre 1803 y 1818.

Las grandes revueltas de 1857-58 fueron el último intento de las viejas clases dirigentes por expulsar a los británicos y restaurar el imperio mogol, los indios más occidentalizados se mantuvieron al margen. Una vez reprimido el levantamiento, la administración de la Compañía de las Indias Orientales quedó sustituida por el gobierno directo de la Corona británica. En 1877 la reina Victoria fue proclamada emperatriz de las Indias. Aproximadamente la mitad del continente indio quedó bajo gobierno británico directo; el resto continuó siendo gobernado por más de 500 príncipes asesorados por consejeros británicos. La autoridad de los principados se extendió sobre el 45% del territorio y alrededor del 24% de la población. Muchos de estos príncipes musulmanes eran fabulosamente ricos. En el interior de sus estados ejercían un poder absoluto y no existía la separación entre los ingresos del Estado y su patrimonio personal. La presencia inglesa les garantizaba la seguridad de sus posesiones y los eximía de toda preocupación por la política exterior y la defensa. La India se erigió en la pieza central del imperio, mientras que la economía de la región fue completamente trastocada. La ruina de las artesanías textiles localizadas en las aldeas, trajo aparejado el empobrecimiento generalizado de los campesinos. Estos, además, se vieron severamente perjudicados por la reorganización de la agricultura que fue orientada hacia los cultivos de exportación.

El interés por preservar la dominación de la India fue el eje en torno al cual Gran Bretaña desplegó su estrategia imperial, permitiéndole forzar las puertas de China reduciendo el poder de los grandes manchúes y convertir el resto de Asia en una dependencia europea, al mismo tiempo que establecía su supremacía en la costa arábiga y adquiría el control del Canal de Suez.

A fines del siglo XIX, como contrapartida a la expansión de Rusia sobre Asia Central Gran Bretaña rodeó a la India con una serie de estados tapones: protectorados de Cachemira (actualmente dividido entre India Pakistán), Beluchistán (actualmente parte de Pakistán) y Birmania (Myanmar). La conquista de esta última fue muy costosa hubo tres guerras, recién como resultado de la última (1885–86) se estableció un protectorado, pero los birmanos continuaron durante muchos años una guerra de guerrillas.

BRITÁNICOS EN El SURESTE ASIÁTICO

En el sureste asiático, Londres se instaló en Ceilán (Sri Lanka), la península Malaya, la isla de Singapur y el norte de Borneo (hoy parte de Malasia y sultanato de Brunei). En 1819 Gran Bretaña ocupó Singapur que se convirtió en un gran puerto de almacenaje de productos y en la más importante base naval británica en Asia. Entre 1874 y 1909 los nueve principados de la península Malaya cayeron bajo el dominio inglés bajo la forma de protectorados. Singapur junto con Penang y Malaca integraron la colonia de los Establecimientos de los Estrechos. Esta región proporcionó bienes claves como caucho y estaño. Para su producción, los británicos recurrieron a la inmigración masiva de chinos y de indios, mientras los malayos continuaban sus cultivos de subsistencia.

Entre el imperio ruso zarista y el inglés quedaron encajonados Persia y Afganistán. A mediados de los años setenta, Londres pretendió hacer de Afganistán un estado tributario, pero la violenta resistencia de los afganos, apoyada por Rusia, lo hizo imposible. La rivalidad entre las dos potencias permitió que Afganistán preservara su independencia como estado amortiguador.

El imperio francés de Indochina se parecía al de los británicos en la India, en el sentido que ambos se establecieron en el seno de una antigua y sofisticada cultura, a pesar de las divisiones políticas que facilitaron la empresa colonizadora.  Francia ingresó en Saigón en 1859 aduciendo la necesidad de resguardar a los misioneros católicos franceses. En la década siguiente firmó un tratado con el rey de Camboya que reducía el reino a la condición de protectorado y obtuvo del emperador annamita (vietnamita) parte de la Cochinchina en condición de colonia. A partir de la guerra franco-prusiana Francia encaró la conquista sistemática del resto del territorio. Después de duros y difíciles combates con los annamitas y de vencer la resistencia china se impuso un acuerdo en 1885 por el que Annam y Tonkín (zonas del actual Vietnam) ingresaron a la órbita del imperio francés. El protectorado de Laos se consiguió de manera más pacífica cuando Tailandia cedió la provincia en 1893. Indochina resultado de la anexión de los cinco territorios mencionados quedó bajo la autoridad de un gobernador general dependiente de París.

IMPERIALISMO DEL RESTO DE LAS POTENCIAS EUROPEAS

El otro imperio en el sureste asiático fue el de los Países Bajos. A principios del siglo XVII, la monarquía holandesa dejó en manos de la Compañía General de las Indias Orientales, el monopolio comercial y la explotación de los recursos naturales de Indonesia. A fines de ese siglo, se convirtió en una colonia estatal. Un rasgo distintivo de esta región fue su fuerte heterogeneidad: millares de islas, cientos de lenguas y diferentes religiones aunque la musulmana fuera la predominante. Ese rosario de islas proveyó a la metrópoli de valiosas materias primas: clavo de olor, café, caucho, palma oleaginosa y estaño. El régimen de explotación de los nativos fue uno de los más crueles. Los holandeses redujeron a la población a la condición de fuerza de trabajo de las plantaciones sin reconocer ninguna obligación hacia la misma. El Islam que había llegado al archipiélago vía la actividad de los comerciantes árabes procedentes de la India, adquirió creciente gravitación como fuente de refugio y vía de afianzamiento de la identidad del pueblo sometido. La educación llegó a las masas a través de las mezquitas a las que arribaron maestros musulmanes procedentes de la Meca y la India.

Por último, los antiguos imperios ibéricos sólo retuvieron porciones menores del territorio asiático, España, hasta 1898, Filipinas y Portugal, Timor Oriental hasta 1974.

Hasta el primer cuarto del siglo XIX, la posición de los europeos en la China era similar a la que habían ocupado en India hasta el siglo XVIII. Tenían algunos puestos comerciales sobre la costa, pero carecían de influencia política o poder militar. Sin embargo, existían diferencias importantes entre ambos imperios. En la India, el comercio jugaba un destacado papel económico. Muchos de los gobernantes de las regiones costeras que promovían esta actividad, no pusieron objeciones a la penetración comercial de los extranjeros y colaboraron en su afianzamiento. China, en cambio, se consideraba autosuficiente, rechazaba el intercambio con países extranjeros al que percibía como contrario al prestigio nacional. Su apego a los valores de su propia civilización y su desprecio hacia los extranjeros significó que se dieran muy pocos casos de “colaboracionismos”. La segunda diferencia fue que China contaba con una unidad política más consistente. Si bien la dinastía manchú careció de los recursos y de la cohesión que distinguió a los promotores de la modernización japonesa, no había llegado hundirse como ocurrió con el imperio mogol cuando los británicos avanzaron sobre la India. No obstante, alrededor de 1900 parecía imposible que China no quedara repartida entre las grandes potencias, a pesar de las fuertes resistencias que ofrecieron los chinos en 1839-1842, nuevamente en 1856-1860 y en 1900. Fueron las rivalidades entre los centros metropolitanos las que impidieron el reparto colonial del imperio manchú. Las principales potencias impusieron a Beijing la concesión de amplios derechos comerciales y políticos en las principales zonas portuarias. Sin embargo, el imperio chino, como el otomano, desgarrados por el avance de Occidente, no cayeron bajo su dominación.

La exitosa revolución Meiji y el agotamiento del imperio manchú hicieron posible que Japón se expandiera en Asia oriental, desplazando la secular primacía de Beijing. Las exitosas guerras, primero contra China (1894-95) y después contra el imperio zarista, abrieron las puertas a la expansión de Japón en Asia oriental.

Medio Oriente formó parte del imperio otomano hasta la derrota del mismo en la Primera Guerra Mundial. No obstante, desde mediados del siglo XIX, los europeos lograron significativos avances en la región, Francia sobre áreas del Líbano actual y Alemania e Inglaterra en Irak.

En el primer caso, la intervención francesa fue impulsada por los conflictos religiosos y sociales entre los maronitas, una comunidad cristiana, y los drusos, una corriente musulmana. Un rasgo distintivo de la región del Líbano, relacionado con su configuración física -zona montañosa y de difícil acceso- fue el asentamiento de diferentes grupos religiosos que encontraron condiciones adecuadas para eludir las discriminaciones de que eran objeto por parte de los gobernantes otomanos. Cuando en la segunda mitad del siglo XIX se produjeron violentos enfrentamientos entre los maronitas y los drusos, tropas francesas desembarcan en Beirut en defensa de los primeros. El sultán aceptó la creación de la provincia de Monte Líbano bajo la administración de un oficial otomano cristiano y la abolición de los derechos feudales, reclamados por los maronitas.

Irak fue una zona de interés para los ingleses dada su ubicación en la ruta a la India y para Alemania a quien el sultán concedió los derechos de construcción y explotación del ferrocarril Berlín-Bagdad. A principios del siglo XX estas dos potencias junto con Holanda avanzaron hacia la exploración y explotación de yacimientos petroleros.

Carpetas docentes de Historia.  FaHCE-UNLP

 

 

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