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ORÍGENES DEL PERONISMO

Posted by on 29 noviembre, 2009
origenes del peronismo

Con el aporte de los dirigentes sindicales que lo rodean en la Secretaría de Trabajo y la colaboración que espera encontrar en las clases patronales, Perón va reuniendo las piezas de la fórmula política con la que aspira presidir la Argentina de posguerra. Busca la conciliación de clases organizada desde el Estado, con un tránsito ordenado a los desafíos de la sociedad industrial de masas.

Así concebido, el de Perón será un intento fracasado, su apertura laboral fue recibida, a poco de andar, con la frialdad y, después, con la hostilidad de las clases patronales.[1] La falta de la sensación de amenaza ante un movimiento obrero combativo, conspiró para que el mundo de los negocios secundara una política de reformas a favor de los trabajadores.

La búsqueda de apoyos entre los partidos tradicionales tampoco encontró en ellos un número apreciable de voluntarios. En esas circunstancias y ante una ofensiva llevada a cabo por la oposición que busca imponer al régimen una delegación del poder en la Corte Suprema, Perón realiza un giro estratégico: llama a los sindicatos y a los trabajadores en defensa de su gestión. Así, los trabajadores organizados, de ser una pieza importante pero complementaria dentro de un esquema de orden y paz social, se convierten en el principal soporte de la fórmula política de Perón.[2]

El apoyo obrero a Perón fue objeto de varias teorías. La interpretación intelectual prevaleciente durante casi todas las décadas de 1950 y 1960 fue la formulada por Gino Germani y otros. Según ella, el apoyo a Perón en el período de gestación fue un reflejo de la heteronomia de la clase obrera. En particular los nuevos trabajadores provenientes de las provincias más tradicionales del interior del país habrían constituido el núcleo de dicho apoyo. Atraídos por la figura del caudillo, fueron fácilmente manipulados gracias a los beneficios que les otorgó un Estado paternalista.

Los nuevos trabajadores predominaron sobre los sectores tradicionales de la clase obrera, en su mayoría descendientes de la masa de inmigrantes europeos que llegaron al país antes de 1930, quienes permanecieron fieles a sus instituciones e ideologías de clase. Ante la incapacidad de estas instituciones de incorporar a los nuevos migrantes, éstos buscaron en Perón y en el estado la satisfacción de sus necesidades. Dentro de esta interpretación, la movilización del 17 de octubre fue considerada la quinta esencia y el emblema de estas nuevas masas, un momento de ruptura definitiva entre la vieja y la nueva clase obrera.

Como respuesta a esta primera interpretación, ha surgido lo que podría denominarse una ortodoxia revisionista. Este revisionismo ha sustentado convincentemente la idea de que en los años de gestación del movimiento peronista había una clara dicotomía en la clase obrera; estos investigadores sostienen que en verdad el movimiento sindical tradicional desempeñó en 1944 y 1945 un papel decisivo en la movilización del apoyo a Perón.

Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero situaron los orígenes del peronismo en el contexto de la evolución del movimiento obrero de la década del treinta y a principios de la del cuarenta. La experiencia de la represión de los gobiernos conservadores, así como la influencia de los sindicatos, hicieron que los trabajadores y sus dirigentes vieran en Perón un aliado potencial, aunque ambiguo.

Así pues, la imagen de que en los años de formación del peronismo la clase obrera había sido una masa pasiva y manipulada dejó sitio a la imagen de actores políticos con conciencia de clase que procuraban encontrar un camino realista para la satisfacción de sus necesidades materiales. La dicotomía anterior entre la nueva y la vieja clase obrera quedó desvirtuada en esta imagen de una clase obrera cada vez más homogénea.

Exploraremos con mayor detalle los fundamentos de estas teorías, que resultan ser las más significativas, para luego acercarnos al análisis de la movilización del 17 y 18 de octubre de 1945, que seguramente nos ayudará a captar de manera más integral dicha concepción.

Desarrollo industrial y orientación obrera

En tanto el predominio de trabajadores y organizaciones nuevas sobre tradicionales, aparece como condición necesaria para la génesis del populismo, ella expresará condiciones suficientes pero no necesarias para el surgimiento de experiencias políticas nacionalistas populares. Murmis y Portantiero sostienen que la teoría que describe a las conductas obreras en el populismo como absolutamente heterónomas y manipuladas, no se aplicaría en aquellas situaciones en las que:

“…a la estructuración política del movimiento y a su ascenso al poder, antecede un momento inicial en el proceso de industrialización en el que tiene lugar un intenso ritmo de acumulación capitalista, sin la vigencia simultánea de políticas distribucionistas que puedan operar una integración rápida de la clase obrera en el sistema.[3]

Cita como ejemplo a la Argentina de la década del ’30, y cómo las peculiaridades del movimiento popular pueden atribuirse a las modificaciones operadas por el crecimiento industrial sobre las relaciones de fuerza del conjunto de las clases y a una redefinición de los objetivos de la sociedad nacional, expresada en nuevos reagrupamientos y alianzas entre sectores y clases. El caso peronista presenta similitudes y diferencias con el modelo clásico de los movimientos populares frutos del crecimiento de la sociedad industrial en el siglo XX.

La similitud está dada por la ya mencionada presencia de un momento inicial en el que el crecimiento capitalista se realiza sobre la base de un aumento de la explotación de la mano de obra y de una sistemática marginación obrera de las decisiones políticas, lo que provoca un montón crecido de reivindicaciones populares.

En Argentina, a partir de 1935, se verificó un crecimiento de la economía, pero los conservadores, al no impulsar una política de distribución social acorde al nuevo crecimiento, permiten la acumulación de reivindicaciones sociales y obreras. Será el peronismo el encargado de satisfacer esas reivindicaciones. Es en este período de 1930 a 1943, en el que la oligarquía no logra recomponer en la sociedad su quebrada hegemonía. En el terreno económico social van surgiendo condiciones estructurales para que nuevos agentes sociales produzcan un cambio real en la política del país a partir del golpe de 1943. En el terreno político se evidencia rápidamente la incapacidad de ese grupo social en dirigir la sociedad mediante el estado de derecho, la justicia y la democracia, no le quedaba otro modelo que fuera aquel basado en el fraude y la corrupción. No puede gobernar más que a través de un régimen democrático fraudulento.[4]

Es desde 1935 que se va definiendo una política económica (a través del tipo de cambio, fomento y crédito industrial) que pone el acento en la industria como elemento dinámico de la economía. En este período se produce una modificación sustancial en esta actividad, principalmente en la industria liviana. La participación de ese sector en la formación del P.B.I. aumenta del 16.1% en 1938, al 23.1% en 1944.[5]

Nace el Estado intervencionista en el país, que define una política más clara en materia de Obras Públicas, como así también en el control de la producción y precios, creándose para ello un conjunto de organismos llamados Juntas Reguladoras, que adoptaron medidas concretas de reglamentación y contralor de las principales actividades agropecuarias del país. Pero la principal función que cumplió el Estado fue financiera. Con la creación en 1935 del Banco Central se establece un nuevo ordenamiento monetario que persiguió como objetivo inmediato la estabilidad monetaria.

Cabe señalar también que este proceso de industrialización por sustitución de importaciones estuvo caracterizado por las serias resistencias que opusieron destacados sectores de la oligarquía tradicional, quienes desarrollaron una verdadera ideología antiindustrialista, por considerar aquel proceso como pernicioso a los “intereses del país”, el que por otra parte ellos tan bien “defendían”.

El intervencionismo estatal acontece fundamentalmente en el terreno económico y en beneficio de las clases poseedoras sin una contrapartida para las clases populares, quienes no ven aumentar el ingreso en esos años. Se trata todavía de un Estado que no distribuye socialmente la riqueza; para ello hará falta una nueva modalidad de intervención, el Estado populista con una nueva alianza de clases. El período termina en 1943 cuando un golpe militar pone fin definitivamente a este sistema instaurado por la capa conservadora, que resulta incapaz de fundar un régimen político estable y consensual acorde a su modelo económico hegemónico. El Estado seguirá siendo el órgano que vehiculiza la dominación política.

Será el gobierno peronista de 1946 el que da nacimiento a una nueva relación entre Estado y sociedad, adquiriendo el Estado intervencionista una nueva modalidad como “Estado benefactor”.

La diferencia del peronismo con el modelo clásico de movimientos populares ya citados, habrá  que buscarla en el hecho de que la búsqueda de participación obrera se cruzó con fragmentaciones y reagrupamientos en el interior de las clases propietarias y de los grupos que tendían a representarlas, de modo tal que la alternativa para una alianza interclases se abrió rápidamente. La forma en que se produjo el crecimiento industrial en nuestro país, del que ya hemos hablado, trajo como consecuencia el desarrollo de fuerzas internas no obreras, marginadas también por el sistema de dominación:

“…cuya presencia obligó a cambiar, en el nivel político social, el plano de las coaliciones clásicas y a desplazar momentáneamente el eje de las contradicciones sociales, de una situación de enfrentamiento directo entre trabajadores y propietarios de los medios de producción a un realineamiento de fuerzas que cortó verticalmente a la sociedad y que cristalizó en nuevas formas de alianza de clases, elaboradas a partir de la coincidencia en un proyecto más amplio de política nacional, proyecto que supondría cambios en el sistema”.[6]

Si en los casos clásicos de desarrollo capitalista éste significó crecimiento dentro de un sistema claramente establecido, con reglas de juego “convenidas”, en los casos de desarrollo capitalista dependiente (como en Argentina), el crecimiento traerá aparejado no un desarrollo lineal, con perdurable hegemonía de un sector social que a su conveniencia convoca a los sectores populares, sino un proceso de crecimiento que, a medida que se desarrolla, provoca cambios y rupturas en los propios sectores dominantes y obliga, por lo tanto, a sucesivos replanteos en el interior del sistema hegemónico.

Sin duda, un momento central a especificar es, la forma de participación obrera, según se haya dado o no un momento inicial en el ciclo industrializador, caracterizado por el desfasaje entre acumulación y distribución. En esas condiciones, habrá que sumar el antecedente de un rechazo obrero a las consecuencias primeras del crecimiento capitalista que se manifiesta, en la génesis del movimiento popular, a través de la decisiva influencia sobre el mismo de las organizaciones sindicales. En otros casos, ese momento inicial no tiene lugar, ambas situaciones darán lugar entre sí a procesos de participación popular diferentes.

El primer ejemplo es el que a través del peronismo, asumió el nacionalismo popular en la Argentina. El segundo, es el caso del varguismo en Brasil.


[1] TORRE, JUAN CARLOS (comp.) “El 17 de Octubre de 1945”.

[2] Ibídem, página 12.

[3] MURMIS, MIGUEL Y PORTANTIERO, JUAN CARLOS. “Estudios sobre los orígenes del Peronismo”. Página 107.

[4] Esta crisis de hegemonía se agravará y se extenderá en 1955, al conjunto de la clase dominante cuando le golpe de estado de ese año destruye el sistema hegemónico creado por el peronismo, y no pueda surgir otro grupo o fracción que lo recomponga.

[5] QUIROGA, HUGO. “Estado, crisis económica y poder militar (1880-1981).

[6] MURMIS MIGUEL y PORTANTIERO, JUAN CARLOS. Op. Cit. Página 109.

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