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GRECIA ARCAICA, surgimiento de las POLIS, Esparta y Atenas

Posted by on 14 diciembre, 2009

grecia-clasica

Al finalizar la denominada época oscura, comienza el período arcaico, caracterizado por la aparición de las polis, el establecimiento de leyes, el surgimiento de los tiranos y la expansión de los griegos por todo el Mediterráneo.

Recordamos que la civilización griega se divide en los siguientes períodos:

  1. La época de los REINOS MICÉNICOS (-1450/-1200)
  2. La ÉPOCA OSCURA (-1200/-800)
  3. La ÉPOCA ARCAICA (-800/-500)
  4. La ÉPOCA CLÁSICA (-500/-350)
  5. lA ÉPOCA HELENÍSTICA (-350/31)

CONCEPTO DE POLIS

En los tiempos homéricos, los helenos se reunieron en clanes o genos, es decir, conjunto de familias descendientes de un antepasado común; posteriormente los genos se agruparon en fatrias y estas en tribus (demos). Luego -en el siglo VII (a. C.)- surgió la polis o ciudad.

Una polis era una ciudad autónoma, de tamaño variable, compuesta por un núcleo urbano y una zona rural periférica. En el territorio griego se levantaron muchas de estas ciudades, cada una de las cuales era considerada una unidad, pues sus habitantes vivían con sus propios recursos y se regían por sus propias leyes. Por su carácter independiente, cada polis era una «ciudad-estado».

La parte más alta de la ciudad era la acrópolis (generalmente situada en la cima de una colina), punto de reunión y de refugio para sus ciudadanos. Allí se construían los principales edificios, como templos, santuarios y palacios.

Acropolis de atenasAcrópolis de Atenas

La población habitaba en la parte más baja de la ciudad, llamada ágora. Los griegos consideraban que la polis era la única estructura adecuada para la vida civilizada. Independientes unas de otras, las polis griegas estaban unidas por una cultura en común.

Según el grado de participación que tenian sus ciudadanos, las polis se fueron diferenciando entre sí. Así fue que, mientras algunas polis, como Esparta, fueron estados oligárquicos (gobierno en manos de unos pocos); otros, como Atenas, fueron democráticos (gobierno en manos de «la mayoría»).

ESPARTA

mapa esparta-atenas

Mientras los poetas jónicos y eólicos escribían libremente sobre sus amores o sus odios personales, Tirteo en Esparta incitaba a sus conciudadanos a elevarse a las cimas heroicas en la lucha contra sus enemigos en Mesenia. Mientras los filósofos jónicos abrían nuevos y excitantes caminos al pensamiento, guiados solo por el imperativo de su razón individual, los dorios continuaban siendo pesadamente tradicionales en sus ideas y sus perspectivas. En tanto los arquitectos y los escultores de Jonia buscaban la elegancia y la variedad, los del Peloponeso se esforzaban por alcanzar la perfección dentro del estrecho ámbito de unas pocas y severas pautas. Lo jónico y lo dorio representan en estado de pureza dos concepciones opuestas de la vida: lo dinámico y lo estático, lo individualista y lo comunitario, lo centrífugo y lo centrípeto. Durante un tiempo, estas oposiciones hallarán en Atenas la conciliación que necesitaban; de allí la perfección de la cultura ática en la época de Pericles.

Ya hemos visto como los dorios invasores tomaron posesión de la mayor parte del Peloponeso y como los espartanos, una minoría dominadora y orgullosa, se instalaron en uno de los valles meridionales más fértiles del continente europeo.

Dos fueron los acontecimientos críticos en la historia espartana. De ninguno de los dos sabemos demasiado. El primero fue su determinación de mantenerse alejados de la población conquistada, esto era una consecuencia natural del vivo sentimiento de que ellos constituían una comunidad estrechamente unida. Deben haber constituido un grupo tan organizado y con tanta conciencia de sí mismos que conquistaron el valle del raudo Eurotas y permanecieron tal cual: no eran individuos dispuestos a adaptarse a un módulo de vida ya existente, sino portadores de sus propias pautas y determinados a conservarlas.

Del segundo acontecimiento crítico sabemos algo más, pero no suficiente; su remedio para enfrentar la codicia despertada por la posesión de la tierra no fue la formación de colonias (aunque también supo fundarlas, Tarento es una de ellas), sino uno más drástico: conquistó a su vecina occidental Mesenia, se anexó el territorio y redujo a sus habitantes a la servidumbre. Tal anexión era sumamente rara en Grecia, por el simple motivo de que no se podía aprovechar el territorio de un vecino sin un ejército permanente que lo ocupase. Esparta era el único estado que tenía un ejército en esas condiciones, integrado por su clase ciudadana, sostenida por el trabajo de los ilotas.[1] La tarea de mantener dominada a Mesenia resultó muy onerosa para Esparta. Esta esclavitud hizo de los espartanos, más que nunca, una minoría en su propio país, y por cierto una minoría amenazada. Es entonces, a fines del siglo VII, cuando la gracia y el encanto desaparecen por completo de la vida espartana y la ciudad empieza a cobrar su conocido aspecto de cuartel.

La relación de los conquistadores dorios con las fracciones predorias de la población resultó de gran importancia para la estructuración del estado espartano. Mientras los espartiatas, que eran los sucesores de una arte de los conquistadores dorios invasores, se repartían las mejores parcelas de tierra y se apoderaban de modo exclusivo de todos los derechos políticos referentes al conjunto del estado; la población predorias descendía al nivel de “esclavos del estado” (ilotas). Aquellos dorios que no pertenecían a la clase privilegiada de los espartiatas, se establecieron en calidad de “suburbiales” (periecos), en parcelas de tierra menores y menos fértiles o trabajando como artesanos y comerciantes. Eran libres y se dotaron de una administración autónoma localmente limitada, pero tenían que prestar el servicio militar al estado como tal y carecían de derechos políticos.

El espartano tenía prohibido dedicarse a la agricultura, el comercio o cualquier otro trabajo; debía ser soldado profesional. La vida familiar se hallaba severamente limitada. Los niños débiles eran suprimidos; los demás vivían con sus madres hasta los siete años; desde esa edad hasta los 30 recibían la adecuada clase de instrucción militar pública. En cuanto a la constitución política, hubo dos reyes, los que recordaban a los dos cónsules iguales de la República romana; como en ella, la dualidad ponía freno a la autocracia.

Para poner coto a la codicia y el lujo, Esparta se mantuvo fiel a su antigua moneda de hierro, la cual carecía de utilidad como medio de pago fuera de la colectividad espartana.

Internamente, los reyes estaban supeditados a los éforos (supervisores), cinco magistrados anuales más o menos elegidos por votación; pero el ejército espartano en el exterior era siempre mandado por uno de los reyes, que en tal caso tenía poderes supremos. Había también un Senado y una Asamblea de todos los espartanos, pero ésta no podía efectuar debates, y expresaba sus decisiones no con votos sino con gritos: el grito más fuerte salía triunfante.

Lo que impresionaba a los griegos, incluso a aquellos que no gustaban del estado lacedemonio, era el hecho que ellos imponían a sus vidas una cierta forma o norma y por ella renunciaban a muchas cosas. Cierto que esta norma les era en gran parte impuesta desde afuera, por el peligro ilota; pero también es cierto que ellos convirtieron esa compulsión extrema en voluntaria. El número relativamente reducido de espartiatas representaba una insuperable limitación para su expansión; por consiguiente, se procedió a concertar tratados de alianza con los diversos pueblos y ciudades del Peloponeso. Su política tuvo éxito y hacia 550 a. de C., todos los estados de la península, con excepción de Argos y Acaya, pertenecían a la “liga del Peloponeso”, dirigida por Esparta. Los miembros de la alianza conservaron su independencia, pero en caso de guerra tenían que subordinar sus fuerzas a las de Esparta, por lo que ésta se convirtió en la primera potencia militar de Grecia.

El objetivo de la liga se dirigió contra diversos tiranos que gobernaban sobre bases democráticas. Esparta contempló con extraordinario recelo el auge de Atenas, porque consideró que aquella ciudad amenazaba su hegemonía en Grecia.

ATENAS

partenon-777680El partenón

Los atenienses ocupaban el territorio del Atica y en su período de esplendor fueron tan numerosos como los habitantes de Bristol o quizás menos. En dos siglos y medio dio nacimiento a Solón, Pisístrato, Temístocles, Arístides y Pericles entre los estadistas; a Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes y Meneandro entre los autores dramáticos; a Tucídides, el más fascinante de todos los historiadores, y a Demóstenes, el más grandioso de los oradores; a Mnesicles e Ictino, arquitectos de la Acrópolis, y a Fidias y a Praxiteles, los escultores; a Formio, uno de los más brillantes jefes navales; a Sócrates y a Platón. En ese período, rechazó a los persas, con la ayuda única de 1000 hombres de Platea, en Maratón; hizo más que todo el resto de Grecia junta para obtener la decisiva victoria de Salamina; y dio forma  al único imperio griego conocido. Atenas debe ser considerada, sin discusión alguna, en el período comprendido desde el año 480 a 380, como la comunidad más culta forjada hasta el presente.

Es sabido que hubo una ciudad micénica en Atenas, pero Atenas no tiene gran importancia en la Ilíada. Fue la posterior unión de las doce pequeñas polis en Ática lo que facilitó el camino a la grandeza ateniense. Es interesante señalar que cuando la alfarería empieza a resurgir de la decadencia de la última época micénica y del endeble provincialismo de la Era Oscura, este resurgimiento comienza en Atenas y alrededor del año 900. Los vasos Dípylon, están decorados en el estilo geométrico el período micénico, pero de pronto han recobrado energía; la ornamentación sin sentido, propia de la decadencia, ha sido abandonada. Parece ser que el Ática, menos perturbada que otras regiones por la conmoción doria, fue la primera en reanudar relación con la antigua cultura. Entre el 900 y el 600, cuando Esparta afirmaba su primacía en el Peloponeso, y se convertía en el guía reconocido de la raza helénica. Atenas era una potencia de segunda o de tercera clase. Seguramente en este período algún estadista genial propuso y llevó a cabo la unión de Ática, la primera de las importantes realizaciones políticas de este pueblo. En el siglo VII a. de C., en Atenas se instauró el dominio de la nobleza en lugar del de los reyes, al igual que en otras muchas ciudades-estados. Todos los derechos políticos se hallaban concentrados en un número controlable de familias patricias. Los nobles elegían cada año entre sus filas a los nueve arcontes (gobernantes), como instancia política suprema. Los arcontes anteriores constituían el supremo tribunal de justicia, el aerópago. Como quiera que las escasas llanuras del Ática, poco propicias para el cultivo, se encontraban de antiguo en posesión de los nobles, los campesinos modestos sólo disponían de las laderas peñascosas con pobres praderas.

Había en la vida ateniense un  cabal sentido del interés común, el cual era tan raro en la Grecia antigua como lo es en Grecia hoy y por supuesto en la Europa contemporánea. Es atinado referirse a la Unión de Ática como la primera manifestación de esta política. Hacia 600 a. de C., casi toda la propiedad territorial de los campesinos pobres se hallaba hipotecada por los aproximadamente trescientos acreedores nobles, quienes incluso podían vender como esclavos en el extranjero a los campesinos que no pagaban sus intereses.

En el año 594 a. de C, fue elegido arconte con plenos poderes Solón (hacia 640-560 a. de C.), quien anteriormente había tenido la fortuna de conquistar e incorporar a Atenas la estratégica isla de Salamina. Solón puso término de una vez por todas a la esclavitud por deudas: redujo éstas, limitó la extensión de las propiedades, restituyó las tierras que habían sido perdidas por los deudores e hizo retornar al Ática a los que habían sido vendidos en el extranjero. La instauración de estas leyes revolucionarias en perjuicio del patriciado, que hicieron vacilar su poderío hasta entonces indiscutido, fue seguida por la equiparación jurídica de todos los ciudadanos libres. De esta forma, éstos podían tomar parte en la asamblea popular (ekklesia), la cual promulgaba leyes, decidía sobre la guerra y la paz y elegía anualmente a los funcionarios quienes ejercían su función sin percibir sueldo alguno. Pero el gran servicio a la economía ática fue establecer su agricultura sobre una nueva base.

La diferencia entre Esparta y Atenas era manifiesta: en la primera, el espartiata consideraba con desprecio las actividades y obligaciones “burguesas” y hacía depender su existencia del trabajo de un ejército de ilotas, mientras en la segunda, el ciudadano respetaba el trabajo de campesinos y artesanos, podía organizar su vida conforme le parecía y su polis mantenía despierta su conciencia de responsabilidad por su conjunto.

Después de consolidar estos profundos cambios, Solón abandonó su extraordinario cargo y con gran tacto volvió a sus viajes. La inquietud política sobrevino nuevamente y esta vez originó en Atenas lo mismo que por ese tiempo produjo en otras ciudades griegas: el tirano.

Los tiranos griegos fueron casi siempre hombres aristocráticos y cultivados. Tan lejos estaban de los vulgares y feroces enemigos de la inteligencia que hemos conocido que varios de ellos ocupan un lugar en la posterior nómina de los Siete Sabios. Pisístrato era un buen ejemplo de tirano. Él elevó a Atenas de pequeña ciudad campesina a capital de importancia internacional; pero otro aspecto de su política cultural fue aún más significativo. Él reorganizó algunos de los festivales nacionales en gran escala. Uno de ellos fue el festival de Dionisio, un dios de la naturaleza. Al ampliar este festival, Pisístrato concedió carácter colectivo a un nuevo arte: el drama trágico.

Después de la caída de la tiranía, la vida pública de Atenas siguió su ritmo normal. Era de esperar, por cierto, una reacción aristocrática: un tal Iságoras intentó llevarla a cabo con la ayuda de Esparta. Pero apareció otro grupo aristocrático mandado por el tercer estadista importante de este siglo, Clístenes. Éste se puso del lado del pueblo y la intentona fracasó. Clístenes (570-506 a. de C.),   dividió el Ática aproximadamente en tres áreas: la capital, el interior y la costa; cada una de las nuevas “tribus” contenía “parroquias” pertenecientes a las tres divisiones; por consiguiente, cada una era un corte transversal de la población toral. El aristócrata Clístenes continuó y casi completó lo comenzado por Solón. Tales fueron, en breve bosquejo, los acontecimientos que transformaron a Atenas, en menos de un siglo, de una polis de segundo orden, desgarrada por las rivalidades económicas y políticas, en una capital floreciente con una nueva unidad, una nueva meta y una nueva confianza. Esparta había hallado un ideal; Atenas otro.

COLONIZACIÓN GRIEGA, expansión mediterránea

Estamos muy mal informados sobre las causas y el curso del gran movimiento colonizador que se inició alrededor de 750 y prosiguió durante unos dos siglos. La superpoblación parece haber sido la causa principal, si bien otros factores desempeñaron también su papel: el desasosiego político, entre ellos, y los desastres provocados por acontecimientos externos. Una cosa parece segura, al menos con las primitivas colonias: no fueron fundadas por razones de comercio, ni fueron “factorías”. Todo lo que de ellas sabemos sugiere que lo que los colonos buscaban era tierra. El clamor por nuevos repartos de la tierra se hizo oír a menudo en Grecia y la colonización era una válvula de seguridad.

El empobrecido campesino acaso renunciaba a su disminuido e hipotecado predio en el país natal por una parte en la tierra vacante de ultramar. Pero aunque fue la tierra y no el comercio el objeto primordial, la colonización estimuló en sumo grado tanto aquella actividad como la industria, hasta el punto que algunas colonias posteriores se fundaron con miras al intercambio más que a la agricultura.

La colonia no era en ningún sentido una extensión o dependencia de la metrópoli; era una fundación nueva e independiente. La metrópoli organizaba la expedición, ésta debía elegir entre sus propios miembros un conductor oficial. Éste asumía la tarea de vigilar la distribución de las nuevas tierras entre los colonos y debía ser honrado como el fundador. Se acostumbraba a consultar al Oráculo de Delfos antes de emprender el establecimiento de una nueva colonia.

Una vez fundada la colonia, los vínculos entre ésta y la metrópoli eran puramente religiosos y sentimentales, no existía ninguna conexión estrictamente política.

Amenazas exteriores y esplendor cultural

El siglo VI a. de C., trajo consigo un gran progreso económico, tanto para la Grecia metropolitana como para sus colonias de oriente y occidente. A pesar de este fortalecimiento económico, las colonias, sobre todo, sufrieron amenazas del exterior, y a que su riqueza estimulaba todavía más la emulación de los competidores. En occidente, eran los etruscos, y los cartagineses, con sus factorías en Sicilia, Córcega, Cerdeña y las Baleares. En el este, había surgido el poderoso imperio persa, que se convirtió en un peligro para los griegos, y en especial para la ciudad de Mileto.

Esta colonia del Asia Menor, fundada en el siglo VII a. de C. por los jonios, se había transformado en la ciudad más rica e importante del mundo griego, así como en la cuna de la filosofía y la ciencia de occidente.[2]

La “primera liga marítima ática”

Dado que sólo Atenas era capaz, gracias a su flota, de lanzar ofensivas contra los persas y de proteger eficazmente las colonias del Asia Menor, la iniciativa recayó en los atenienses, mientras que Esparta se retiraba del escenario bélico. En consecuencia, en el año 477 a. de C., Atenas estableció con las ciudades jónicas la llamada “liga marítima délico-ática” (o “primera liga marítima ática”) a la cual, en el apogeo del poderío ateniense, pertenecían más de 200 miembros. El mando supremo lo ostentaba Atenas, y la caja de la federación fue instalada en el templo de Apolo, en la isla de Delos.

No sin razón, esta época ha sido denominada el “imperio de los atenienses”. Una muestra de su poderío es el traslado de la caja federativa de Delos a Atenas en el año 454. El ateniense Calias, por encargo de Pericles (hacia 500-429 a. de C.), llevó a cabo negociaciones de paz en la corte persa de Susa. La llamada paz de Calias (448 a. de C.), cerró el paso de los persas al Egeo y a las franjas marítimas adyacentes; por su parte, Atenas renunció a inmiscuirse en Egipto y Chipre.

LA GUERRA DEL PELOPONESO

guerras griegas

“Esta guerra es el trastorno más grave que Grecia y una parte de los países bárbaros, es decir, casi todo el género humano, ha experimentado hasta ahora”. Así empezaba el historiador griego Tucídides (hacia 455-396 a. de C.) su famosa descripción de la guerra del Peloponeso que, salvo unos breves paréntesis, agitó durante toda una generación el mundo de los estados griegos y condujo a un resultado catastrófico.

La “paz de treinta años” concluida en 445 a. de C. entre Atenas y Esparta había desviado la marcha de Atenas en pos de la expansión de su poder hacia los territorios ultramarinos, al tiempo que reconocía la posición preeminente de Esparta en el sur y centro de Grecia. Cuando estalló una guerra entre Corinto (liga del Peloponeso) y su colonia Corcira, Pericles respaldó a Corcira con una escuadra de apoyo y evitó que fuera derrotada, con lo que destruyó el equilibrio de fuerzas instaurado en 445 a. de C. Atenas dirigió asimismo un ultimátum a la colonia corintia de Potidea y decretó un bloqueo comercial contra Megara, también aliada de Corinto. De este modo, hacia 432 a. de C., Esparta, que estaba poco dispuesta a la guerra a causa de sus dificultades financieras, la reducción de su población y el temor a sublevaciones de los ilotas, tuvo que escoger entre la autodestrucción de su ámbito de dominio y la guerra. En 431 a. de C., comenzó el enfrentamiento conocido en la historia como “guerra arquidámica” (431-421 a. de C.).

Los atenienses, entendieron que la mejor manera de enfrentar al enemigo era fortificarse dentro de los muros de la ciudad, en tanto que se haría valer la superioridad de la escuadra por medio de ataques a las costas del Peloponeso. En su primera fase, los triunfos por tierra correspondieron al general espartano Brasidas. Atenas quedó sitiada y el hacinamiento de la población produjo una devastadora epidemia una de cuyas víctimas fue Pericles. Tras estos acontecimientos, el partido pacifista dirigido por Nicias (470-413 a. de C.) estableció su predominio en Atenas. En el año 421 se acordó la paz entre Atenas y Esparta, que regiría durante 50 años y que confirmaba la situación territorial de la época prebélica.

En la segunda etapa de la guerra, el ateniense Alcibíades intentó incorporar a Sicilia (415 a. de C.) a la esfera de dominio ateniense. La expedición terminó en un rotundo fracaso (413 a. de C.), tras una acusación de sus adversarios políticos, Alcibíades tuvo que escapar refugiándose en Esparta. Bajo la influencia de este singular personaje, los espartanos concibieron un plan para someter definitivamente a Atenas. Dado que Esparta, gracias al apoyo persa, podía ya rivalizar en el mar con la debilitada Atenas, la decadencia de ésta parecía sólo cuestión de tiempo. El  experto e implacable general espartano, Lisandro (450-395 a. de C.) destruyó la flota ateniense en Egospótamos y, mediante el cierre del Helesponto, cortó el abastecimiento de cereales a Atenas, que le era indispensable para su subsistencia (405 a. de C.). por último, bloqueó también el Pireo y en 404 a. de C., obligó a Atenas a la rendición (final de la llamada “guerra deceliojónica”, de 413-404 a. de C.). Los gobiernos oligárquicos amigos de Esparta pasaron a ejercer el poder, y así en Atenas los llamados “treinta tiranos” hicieron eliminar sin escrúpulos a sus adversarios políticos. Los siguientes años estuvieron caracterizados por las guerras de Esparta contra Persia, y las luchas entre Atenas, Tebas, Corinto y Argos, por una parte, y Esparta, por otra (“guerra corintia”, 395-387 a. de C.).

La “paz del rey” negociada en 387 a. de C. entre Esparta y Atenas bajo los auspicios del rey de Persia, concluyó con la entrega de las ciudades griegas del Asia Menor a los persas, invirtiendo así el resultado de las guerras médicas.
La ciudad de Tebas, al frente de la Confederación beocia, fue la encargada de sacudir el yugo impuesto por los espartanos. Merced a la sobresaliente personalidad de sus dirigentes Pelópidas y Epaminondas, logró vencer a las fuerzas espartanas en Leuctra (371 a. de C.) y Mantinea (362 a. de C.). De esta manera desapareció el tradicional prestigio militar espartano. Pero Tebas fue incapaz de mantener su predominio. Se insinuaba ya la presencia de un poderoso Estado conquistador: Macedonia.


[1] Tales de Mileto (n. 625 a. de C. –m. 545 a. de C.) fue el primero que intentó explicar científicamente las crecidas del Nilo; además mediante su teoría de que el agua era el origen de la tierra y el cosmos, fue el precursor de una filosofía natural que superó el pensamiento precedente dirigido hacia la utilidad.


[2] Tales de Mileto (n. 625 a. de C. –m. 545 a. de C.) fue el primero que intentó explicar científicamente las crecidas del Nilo; además mediante su teoría de que el agua era el origen de la tierra y el cosmos, fue el precursor de una filosofía natural que superó el pensamiento precedente dirigido hacia la utilidad.


[1] La estratificación social ubicaba  en la cima a los esparciatas, los únicos espartanos verdaderos; luego los periecos, una clase que era libre pero sin derechos políticos; y en la parte más inferior los ilotas, que no eran esclavos personales de los espartanos sino siervos de la comunidad.

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