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ANTIGUA ROMA. ¿Qué clase de hombres eran los romanos?

Posted by on 3 febrero, 2010

Comparto con ustedes la lectura de “Los romanos”[1], de R. H. Barrow. Este libro, aborda el estudio de la persistencia del espíritu inmortal de la civilización romana. Cuna de occidente, su aporte fue fundamental para el establecimiento de la civilización europea. “Los romanos” no se propone ser un libro de historia. Barrow se propone describir a los romanos como pueblo, como civilización y como cultura, y, de esta manera, el libro brinda las bases para conocer los hitos más importantes, los diferentes períodos (la monarquía, la república, el imperio) y las personalidades destacadas en política, filosofía, literatura, e historia. Para el autor el libro es una invitación a la reflexión, a la búsqueda, a la reconstrucción de una historia apasionante.¿Qué clase de hombres fueron los romanos? Se suele decir que los hombres se conocen mejor por sus hechos; por tanto, para contestar a esta pregunta habrá que recurrir, en primer lugar, a la historia romana para buscar los hechos y, en segundo lugar, a la literatura para encontrar el espíritu inspirador de estos hechos. A los romanos les hubiera complacido que se les juzgara por su historia; para ellos historia significaba hechos; en latín se dice res gestae, simplemente «cosas hechas». De su literatura se ha afirmado con acierto que «se debe estudiar principalmente con el propósito de comprender su historia, mientras que la historia griega se debe estudiar principalmente con el propósito de comprender la literatura griega». La respuesta parece entonces que sólo puede darse mediante un estudio de la historia romana, y por consiguiente, que no debería aparecer en el primer capítulo sino en el último. Pero este libro no es una historia de Roma; pretende suscitar la reflexión de si ese pueblo no merece un mayor estudio, y toma la forma de breves bosquejos de ciertos aspectos de la obra realizada por los romanos.

A través de toda su historia, los romanos sintieron de un modo intenso que existe una «fuerza» ajena al hombre, considerado individual o colectivamente, que éste debe tener en cuenta. Necesita el hombre subordinarse a algo. Si rehusa, provoca el desastre; si se somete contra su voluntad, se convierte en víctima de una fuerza superior; si lo hace voluntariamente, descubre que puede elevarse a la categoría de cooperador; por medio de la cooperación puede vislumbrar la dirección e incluso la finalidad de esa fuerza superior. La cooperación voluntaria da a su obra un sentido de dedicación; las finalidades se hacen más claras, y el hombre se siente como agente o instrumento en su logro; en un nivel más alto, se llega a tener conciencia de una vocación, de una misión para sí y para los hombres que, como él, componen el Estado. Cuando un general romano celebraba su «triunfo» después de una campaña victoriosa, cruzaba la ciudad desde las puertas hasta el templo de Júpiter (más tarde, durante el Imperio, hasta el templo de Marte Ultor) y allí ofrecía al dios «los triunfos que Júpiter había logrado por mediación del pueblo romano».

Desde los primeros días, podemos descubrir en los romanos un sentido de dedicación, vago e inarticulado al principio e indudablemente mezclado con temor. Luego se va expresando con más claridad, y llega con frecuencia a ser móvil principal de la acción. En los últimos tiempos, se proclama claramente la misión de Roma con la mayor insistencia en el momento mismo en que su realización había cobrado expresión visible y con el mayor entusiasmo por gentes que no eran de cepa romana. A1 principio, este sentido de dedicación se manifiesta en formas humildes, en el hogar y en la familia; se amplía a la ciudad-estado y culmina en la idea imperial. Emplea diferentes categorías de pensamiento y diversas formas de expresión según los tiempos, pero su esencia es siempre religiosa, ya que significa un salto más allá de la experiencia. Lograda la misión sus bases cambian.

He aquí la clave para el estudio del carácter romano y de la historia de Roma.

campesino romano

La mentalidad romana es la mentalidad del campesino y del soldado; no la del campesino ni la del soldado por separado, sino la del soldado-campesino, y, en general, esto es así hasta en las épocas posteriores, cuando podía no ser campesino ni soldado. E1 destino del campesino es el trabajo «inaplazable» porque las estaciones no esperan al hombre. Sin embargo, con sólo su trabajo no logrará nada. Puede hacer planes y preparativos, labrar y sembrar, pero tiene que esperar pacientemente la ayuda de fuerzas que no comprende y menos aún domina. Si puede hacer que le sean favorables, lo hará, pero con frecuencia sólo alcanza a cooperar; se entrega a ellas para que lo utilicen como instrumento, logrando así su propósito. Las contingencias del tiempo y las plagas pueden malograr sus esperanzas, pero tiene que aceptar el pacto y tener paciencia. La rutina es la ley de su vida; las épocas de siembra, germinación y recolección se suceden en un orden establecido. Su vida es la vida misma de la Tierra. Si como ciudadano se siente atraído al fin por la actividad política, será en defensa de sus tierras o de sus mercados o del trabajo de sus hijos. Para el campesino el conocimiento nacido de la experiencia vale más que la teoría especulativa. Sus virtudes son la honradez y la frugalidad, la previsión y la paciencia, el esfuerzo, la tenacidad y el valor, la independencia, la sencillez y la humildad frente a todo lo que es más poderoso.

soldado romano

Éstas son también las virtudes del soldado. También él ha de conocer el valor de la rutina, que forma parte de la disciplina, ya que tiene que responder casi instintivamente a cualquier llamada repentina. Debe bastarse a sí mismo. E1 vigor y la tenacidad del campesino son necesarios al soldado; su habilidad práctica contribuye a hacer de él lo que el soldado romano debe ser: albañil, zapador, abridor de caminos y constructor de balates. Ha de trazar un campamento o una fortificación, medir un terreno o tender un sistema de drenaje. Puede vivir en el campo porque eso es lo que ha hecho toda su vida. E1 soldado también sabe de ese elemento imprevisto capaz de trastornar el mejor de los planes; tiene conciencia de fuerzas invisibles y atribuye «suerte» a un general victorioso a quien algún poder -el destino o la fortuna- utiliza como instrumento. Es leal con las personas, los lugares y los amigos.

Si asume una actitud política violenta será con el fin de conseguir, cuando las guerras terminen, tierra para labrar y una casa donde vivir, y con una lealtad aún mayor recompensa al general que defiende su causa. Ha visto muchos hombres y muchos lugares, y con la debida cautela imitara lo que le parezca útil; pero para él su hogar y sus campos nativos forman «el rincón más risueño de la Tierra», y no deseará verlos cambiar.

E1 estudio de la historia romana es, en primer lugar, el estudio del proceso por el que Roma, siempre consciente de su misión, se convirtió penosamente, de la ciudad-estado sobre las Siete Colinas, en la dueña del mundo; en segundo lugar, el estudio de los medios por los cuales adquirió y mantuvo su dominios. Estos medios fueron su singular capacidad de convertir a los enemigos en amigos, y eventualmente en romanos, aunque siguieran siendo españoles, galos o africanos. De ella derivaron su romanitas, su «romanidad». Romanitas es una palabra apropiada que el cristiano Tertuliano empleó para dar a entender todo lo; que un romano da por supuesto, el punto de vista y la manera de pensar de los romanos. Este vocablo es análogo a «civilización romana» si se toma la palabra «civilización» en un sentido estricto. Civilización es 1o que los hombres piensan, sienten y hacen, así como los valores que asignan a lo que piensan, sienten y hacen. Es cierto que sus ideas creadoras y sus criterios afectivos y valorados dan por resultado actos que afectan profundamente el empleo de las cosas materiales; pero la civilización «material» es el aspecto menos importante de la civilización, que en realidad reside en la mentalidad de los hombres. Como dijo Tácito (refiriéndose a los britanos), sólo el ignorante piensa que los edificios suntuosos y las comodidades y lujos constituyen la civilización. E1 término latino humanitas empleado en esta ocasión, era palabra favorita de Cicerón, y el concepto que encerraba peculiarmente romano, nacido de la experiencia romana. Significa, por una parte, el sentido de dignidad de la personalidad propia, peculiarísima y que se debe cultivar y desarrollar hasta el máximo. Por otra, significa el reconocimiento de la personalidad de los demás y de su derecho a cultivarla, y este reconocimiento implica transigencia, dominio de sí, simpatía y consideración.

Pero la frase más concreta y común para definir la civilización es «la paz romana«. Con esta idea comprendió el mundo más fácilmente el cumplimiento de la misión que el carácter, la experiencia y el poder romanos habían llevado gradualmente al más alto nivel de conciencia y que había cumplido deliberadamente.

En los primeros tiempos, el caudillo del pueblo romano, para descubrir si el acto que el Estado se proponía realizar coincidía con la voluntad de los dioses que regían el mundo, tomaba los «auspicios» fijándose en los signos revelados ritualmente. Ciceron, al enumerar los principios fundamentales sobre los que descansa el Estado, concede el primer lugar «a la religión y a los auspicios», y por «auspicios» entiende esa ininterrumpida sucesión de hombres, desde Rómulo en adelante, a quienes se les asignó el deber de descubrir la voluntad de los dioses. Los «auspicios» y los colegios sagrados, las vestales y lo demás, aparecen en las cartas de Símaco, nacido el ano 340 d. c., uno de los más empecinados jefes de la oposición pagana al cristianismo, la religión «oficial» del Imperio. Es Cicerón quien dice que el origen del poder de Roma, su desarrollo y su conservación se debían a la religión romana; Horacio declara que la sumisión a los dioses dio al romano su imperio. Cuatro siglos más tarde, San Agustín dedica la primera parte del más vigoroso de sus libros a combatir la creencia de que la grandeza de Roma se debía a los dioses paganos, y que sólo en ellos se hallaría la salvación del desastre que la amenazaba. Puede muy bien decirse, con palabras del griego Polibio (20~123 a. c.), que por lo demás era escéptico:

«Lo que distingue al Estado romano y lo que le coloca sobre todos los otros es su actitud hacia los dioses. Me parece que lo que constituye un reproche para otras comunidades es precisamente lo que mantiene consolidado al Estado romano-me refiero a su reverente temor a los dioses», y emplea las mismas palabras de San Pablo en la Colina de Marte en Atenas. Polibio no llegó a ver el día en que, cuando los bárbaros invadieron el Imperio Romano, la idea de la grandeza y la eternidad de Roma fue a su vez la que mantuvo la creencia en los dioses.


[1] Barrow, R. H., Los romanos, FCE, México, 1950. Primera edición en inglés, 1949.

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