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DEJARSE ENSEÑAR

Posted by on 16 febrero, 2010

Enséñame, si puedes!», es el texto que enmarca la caricatura de un iracundo joven que encara desafiante a sus padres, a sus maestros, a la sociedad. Ilustra un artículo en el que el escritor español Javier Marías analiza las condiciones en que hoy se lleva a cabo la educación, basado en la carta que miles de profesores de enseñanza secundaria dirigieron en julio pasado a la ministra de Educación de España.
Ese documento resume de manera admirable la crisis de la educación en la sociedad contemporánea. Lamentablemente, sólo es posible reproducir algunos de sus párrafos: «En la situación actual, no se puede hacer casi nada contra los alumnos que no dejan dar la clase e impiden a sus compañeros estudiar y aprender en condiciones. Abordar el problema dando cursillos a los profesores sobre cómo tratar a muchachos conflictivos es tan inútil como lo sería dar instrucciones a las mujeres maltratadas sobre cómo convivir con maridos conflictivos. Los alumnos que quieran estudiar en serio necesitan para ello un ambiente de silencio, rigor y disciplina, y tienen todo el derecho del mundo a que se les proporcione ya este ambiente. Urge, pues, crear otras opciones para los que no quieren estudiar, y esto no sería un castigo; al contrario, es un favor que se les haría para que no sigan perdiendo el tiempo ni se lo hagan perder a los demás. Es un fraude a la sociedad que hoy se esté perjudicando tanto a los primeros como a los segundos».
Más adelante afirman: «No se puede pedir a los profesores que trabajen con ilusión mientras aguantan diariamente toda clase de groserías. Los poderes públicos hablan solemnemente de la dignidad del profesor, pero luego permiten que se vulnere… ¿Cómo puede un centro educativo funcionar como tal si en sus aulas se toleran conductas que fuera de ellas serían delictivas, cuales son la injuria, el acoso, y el boicoteo del derecho a estudiar de los que sí quieren?».
Estos «profesores desesperados» que enfrentan «alumnos envalentonados» –así titula Marías sus notas sobre la cuestión– reclaman algo esencial para encarar cualquier tarea, sobre todo para aprender: la disciplina. La etimología de disciplina, palabra tabú que hoy mueve al espanto, se vincula con el verbo latino discere, aprender, y con la palabra derivada, discipulus, discípulo, quien aprende o quien se deja enseñar. Disciplina se refiere al orden necesario para poder aprender y su aparición como concepto está asociada con el aprendizaje. Como señala el latinista Mariano Arnal, «ideando fórmulas para que el alumno aprendiese, que de eso se trataba al fin y al cabo, se fue desarrollando y ampliando el concepto de disciplina, cuyo significado actual más usual es el de conjunto de reglas para mantener el orden y la subordinación entre los miembros de un cuerpo. Lo que está claro es que disciplina es el esfuerzo que hace el discipulus por aprender. Es oportuno recordar que el verbo studere, del que proceden estudiar y estudiante, está exactamente en la misma línea del esfuerzo. Quizá la diferencia más notable entre ambos resida en que, siendo en origen el propio estudiante sujeto tanto del estudio como de la disciplina, ésta ha acabado siendo algo que le viene impuesto desde fuera».
Tal vez la clave de la situación actual resida en la urgente necesidad de lograr que los padres comprendan que es necesario que sus hijos «se dejen enseñar». Para ello deberían impulsarlos desde etapas muy tempranas a asumir el papel de alumnos, desarrollando en ellos el respeto por la disciplina necesaria para serlo. Esta tarea no es sencilla en la actualidad, cuando lo que idolatramos es el «magisterio de la juventud».

Por Guillermo Jaim Etcheverry

* El autor es educador y ensayista

Link corto: http://www.lanacion.com.ar/753207

La Nación, 06/11/05

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