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LA DICTADURA NAZI. Ian Kershaw y el impacto social del nazismo

Posted by on 6 octubre, 2010

La etapa del nazismo en Alemania constituye, por su excepcionalidad, un problema historiográfico y a la vez un desafío político y ético, que se ha renovado en las últimas décadas. En «La dictadura Nazi. Problemas y perspectivas de interpretación«, una obra clásica, recientemente actualizada, Ian Kershaw revisa las principales materias en discusión. ¿Cómo pudo ser posible el nazismo? Escapando a las simplistas explicaciones que lo señalan como producto e instrumento de fuerzas capitalistas reaccionarias, debe entenderse más bien como la consecuencia de una profunda crisis sociopolítica, y con una muy heterogénea masa de seguidores que sólo compartian un exacerbado odio hacia el marxismo, hacia los judíos y hacia el sistema repúblicano democrático de Weimar que no atendía sus demandas.

Debe sumarse a esta amalgama, la visión milenaria de un “despertar nacional”, expresado en la idea de una “comunidad nacional” (Volksgemeinschaft). Este concepto, iba más allá de las clases sociales, de las ideologías políticas y de las denominaciones, por medio de una nueva unidad étnica basada en los «verdaderos» valores alemanes. Socialmente, representaba no solo el deseo de eliminar la amenaza del avance marxista, sino también de superar las rígidas estructuras del viejo orden social, ofreciendo movilidad fundamentada en méritos y no por rango social heredado. Los jóvenes, atraídos por el discurso revulsivo nazi, representaban el sector más radicalizado de la protesta.

Hitler no tenía el menor interés real en las estructuras sociales en la medida en que no fueran peligrosas u obstructivas. Es cierto que a la larga sus propias opiniones estuvieron dominadas por difusas nociones de una elite racial, de un gobierno ejercido por aquellos que habían demostrado ser aptos para gobernar y la desaparición de los grupos sociales por los que sólo sentía desprecio (como la aristocracia y los «capitanes de la industria»). Pero en el mundo real del corto plazo, Hitler no estaba interesado en alterar el orden social. Al igual que la industria y el capitalismo, los grupos sociales estaban para servir, cada uno a su manera, a los objetivos políticos de la lucha por la «supervivencia nacional». De todas maneras, aparte de las propias predilecciones de Hitler, el movimiento nazi era una amalgama tal de fuerzas sociales contradictorias que no podía producir ni la teoría ni la práctica de cualquier nueva elaboración social realista. Era tan parasitario como depredador.

En lo que sí el nazismo fue ambicioso -y, de hecho, de manera extraordinaria- fue en su intento de lograr transformaciones en la conciencia subjetiva más que en las realidades objetivas. Dado que el diagnóstico nazi del problema de Alemania era en esencia uno de actitudes, valores y mentalidades, fue en este terreno donde trataron de hacer una revolución psicológica reemplazando toda fidelidad de clase, de religión o regional por una masiva y enaltecida conciencia nacional, para movilizar psicológicamente al pueblo alemán para la lucha que se aproximaba y levantar su moral durante la inevitable guerra. La intención era moldear al pueblo a imagen de un ejército: disciplinado, resistente, fanáticamente concentrado en sus objetivos, obediente hasta la muerte por la causa. La idea de una «comunidad nacional» no era la base para cambiar las estructuras sociales, sino un símbolo de la conciencia transformada. El intento de inculcar esos valores en el pueblo alemán era, en esencia, una tarea de propaganda más que de política social.

Estos comentarios sobre el carácter del movimiento nazi y sus objetivos sociales sugieren que las ideas de cambio social eran -de manera inevitable dada su naturaleza, su composición y el liderazgo dominante- negativas (destrucción de las organizaciones obreras, aumento de la discriminación contra las minorías); también, que estaban confinadas a ambiciones a largo plazo, pero que eran vacuas, utópicas, y que tenían poca relación con la realidad o con los intereses sectoriales a corto plazo, incompatibles con los preparativos para la guerra y, por lo tanto, dispensables; y finalmente, que se basaban en ideas de una revolución de las actitudes, las cuales, dada la fuerza de las anteriores lealtades a la Iglesia, la región o la clase social, eran también ilusorias como objetivo de corto o mediano alcance. La naturaleza del movimiento nazi ofrece indicadores para la comprensión del impacto del nazismo sobre grupos sociales específicos; para las difundidas desilusión y decepción durante el Tercer Reich; para los mecanismos compensatorios de la «selección de estereotipos negativos» como víctimas de una discriminación cada vez más malvada y para la dificultad de considerar que el nazismo fuera capaz de producir una «revolución social» en sus propios términos.

La comprensión de lo que Schoenbaum rotuló «realidad objetiva» -cambios reales en la estructura de clase y en las formaciones sociales de Alemania durante el Tercer Reich- ha progresado mucho con las investigaciones empíricas. Los descubrimientos de estas investigaciones han apuntado de manera inequívoca en la dirección de la conclusión de Wingkler: «no puede haber duda alguna acerca de la realidad de una transformación de la sociedad alemana entre 1933 y 1945». La idea de que el Tercer Reich produjo una revolución social fue, como lo indica Winkler, atribuible en gran medida a una más que dispuesta aceptación de la propia propaganda seudoigualitaria y de la exagerada difusión de los resultados del régimen y también, en parte, a reales cambios sociales de la era de posguerra que con frecuencia fueron proyectados hacia atrás, hacia el Tercer Reich, aunque nada tuvieran que ver con el nazismo, ni siquiera indirectamente.

El acento, por lo tanto, ha sido puesto con mucha más fuerza sobre las continuidades esenciales de la estructura de clases de la Alemania nazi que sobre los cambios profundos. Schoenbaum mismo ha aceptado que la posición social de las elites siguió relativamente incólume hasta la última fase de la guerra. Sin embargo, él quizás haya exagerado el alcance de la fluidez en las estructuras sociales y el nivel de movilidad ascendente que se produjo. Por supuesto, es verdad que algunos avasalladores, enérgicos, implacables y con frecuencia sumamente eficientes «tecnócratas del poder», como Heydrich o Speer, se abrieron camino hacia la cima. Además, no cabe duda de que la guerra aceleró los cambios en los altos mandos de la Wehrmacht. Pero la nueva elite política coexistió y se mezcló con las viejas elites en lugar de suplantarlas. Areas ajenas al partido, como las grandes empresas, la administración pública y el ejército, reclutaban a sus líderes en su mayor parte en los mismos estratos sociales que antes de 1933. La educación siguió siendo dominada de manera abrumadora por las clases media y alta. El más importante y poderoso organismo relacionado con el partido, la SS, reclutaba a sus miembros sobre todo en los sectores de elite de la sociedad. Si la clase gobernante tradicional tuvo que hacerles lugar a quienes ascendían en la escala social desde los niveles más bajos de la sociedad, que obtuvieron sus posiciones de poder e influencia política, esos cambios equivalían a poco más que una ligera aceleración de cambios ya perceptible en la República de Weimar.

En el otro extremo de la escala social, la clase obrera -privada de voz política, suprimidos sus avances sociales en la República de Weimar y expuesta, bajo la sombra del desempleo masivo, a la brutal explotación de los empleadores apoyados por el aparato represivo del estado policial- vio su nivel de vida reducido en los primeros años del Tercer Reich aun comparado con los bajos niveles de la era de la depresión. (…)

Una vez erradicada la equívoca idea de que la sociedad alemana fue cambiada de manera revolucionaria durante el Tercer Reich, parece posible afirmar tanto que durante el período de su dominio el nazismo reafirmó el existente orden de clases en la sociedad, como que, sobre todo a causa de su dinamismo destructivo, preparó el camino para un nuevo comienzo después de 1945.

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