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EL DÍA QUE ROBARON A LA GIOCONDA

Posted by on 30 mayo, 2011
Episode du vol de la Joconde (Mona Lisa – Monna Lisa). Illustration en rapport avec le vol de l’oeuvre dont le veritable auteur n’est pas encore identifie (Vincenzo Peruggia (1881-1925). Couverture de «La Domenica del Corriere» du 3 – 10/09/1911.

Ya hemos escrito en estas páginas acerca del origen de la Gioconda. Hoy nos referiremos a su increíble robo. Hace casi un siglo, el lunes 21 de agosto de 1911, un carpintero italiano entró en el Museo del Louvre por la mañana, entre las 7.05 y las 7.10, atravesó varias salas y subió algunas escaleras sin cruzarse ni con guardias ni con empleados hasta llegar al célebre Salón Carré, donde se exhibían algunos de los tesoros más importantes de la pintura universal: Mantegna, Giorgione, Tiziano, Rafael. En una fracción de segundo y con una asombrosa sangre fría, descolgó el cuadro más famoso de todos: La Gioconda, pintada por Leonardo da Vinci entre 1503 y 1506 sobre una tabla de madera de álamo blanco de 77 x 55 centímetros.

Vincenzo Peruggia se escondió enseguida en la oscura escalera de una sala contigua, sacó un destornillador que tenía en el bolsillo, separó en cinco minutos el cuadro de su marco y lo despojó del escudo de vidrio que lo protegía. Se sacó el guardapolvos que vestía para envolver su tesoro y descendió con él debajo del brazo por el sitio que, normalmente, es el más transitado del museo: la majestuosa escalinata de mármol de la Victoria de Samotracia. Pero, como era el día semanal de cierre, nadie lo vio bajar ni salir por la misma puerta por la que había entrado.

En un instante se encontró en la calle. Tomó un taxi y se dirigió a su minúsculo departamento ubicado en el barrio del hospital Saint Louis, en el corazón de París. Posó esa joya del patrimonio artístico mundial sobre una desvencijada mesita donde solía comer y la cubrió con un trozo de terciopelo rojo. A las nueve de la mañana llegó retrasado a su trabajo, pretextando una supuesta borrachera la noche anterior.

Mientras el ladrón de La Gioconda se alejaba caminando por la rue de Rivoli, fueron varios los guardianes del Salón Carré que advirtieron el espacio vacío en la pared. Pero supusieron que, como ocurría habitualmente los lunes, se la habían llevado al estudio fotográfico del Louvre para retratarla. Por esa razón, durante horas, nadie se inquietó ni dio la alarma. En realidad, el primer aviso recién sobrevino al día siguiente.

El martes por la mañana, el museo más visitado del mundo abrió sus puertas al público a las nueve. El primero en sorprenderse por la ausencia del cuadro fue el pintor Louis Béroud, que tenía -como muchos otros copistas- una autorización especial para reproducir las obras del Louvre.

«Seguramente no tardarán en traerla. Debe de estar haciéndose retratar», le respondió el brigadier Poupardin. La explicación del estudio de fotografía era perfectamente plausible. Según relata Coignard, en virtud de un contrato firmado con el Ministerio de Cultura, la casa Adolphe Braun & Cía. poseía el privilegio de hacer transportar los cuadros del Louvre a un estudio que tenía en el mismo museo. Si bien eran muchos los que consideraban que ese arreglo era escandaloso, el museo podía así hacer fotografiar gratuitamente sus obras.

Gracias a la impaciencia de Béroud, a las once de la mañana ya todos sabían que Mona Lisa no estaba haciéndose fotografiar. Mientras la tensión aumentaba al ritmo de las idas y venidas inútiles de los guardianes y directivos del Louvre, una tercera búsqueda permitió hallar el cofre de vidrio que protegía el cuadro y el marco. Obra de arte del Renacimiento italiano, casi contemporáneo de La Gioconda, ese marco había sido donado al museo por una mecenas millonaria: la condesa de Béarn, en 1906. La policía recién fue prevenida a mediodía, según el Louvre, aunque las autoridades dijeron que habían sido informadas a las dos y media de la tarde. A comienzos de la tarde, el prefecto Louis Lepine y sesenta de sus mejores inspectores se desplegaron dentro del museo, mientras París aún seguía ignorando la noticia del robo.

A la hora de comer, el ladrón la depositaba en el cuarto de las escobas, con la leña de la estufa. Allí estaba justamente el día que un inspector de la policía vino a preguntarle por qué no se había presentado al gran control de huellas de identidad que había organizado la prefectura en el museo para ubicar al dueño de una perfecta marca de pulgar hallada en la caja de vidrio que protegía el cuadro. Sin dejar de almorzar, Vincenzo inventó una excusa. «Si la policía hubiera hecho bien su trabajo, Peruggia habría terminado ese día en la cárcel», señala Coignard.

Durante dos años, por alguna razón, Peruggia tuvo el cuadro oculto en su habitación hasta que un día de 1913 se dejó tentar por un anuncio que leyó en un diario italiano. Un anticuario de Florencia ofrecía pagar buen precio por «objetos de arte de cualquier tipo». Ese personaje era Alfredo Geri, que cuando dejó de ser representante de la actriz Eleonora Duse, instaló una galería de arte.

El 29 de noviembre, Geri recibió una carta enviada desde París por un misterioso Vincenzo Leonard, que le decía: «Tengo La Gioconda y deseo devolverla a mi país». Desconfiado, aunque intrigado por la oferta, el anticuario le propuso que lo visitara en su galería de Florencia. En el primer encuentro, Peruggia se presentó como un patriota italiano que estaba dispuesto a restituir La Gioconda a Italia a cambio de una recompensa de medio millón liras. «Sólo exijo la promesa de que nunca regresará al Louvre», le dijo.

El encuentro decisivo, finalmente, se realizó el 10 de diciembre. El galerista Geri, acompañado por su amigo Giovanni Poggi, director de la Galleria degli Uffizi, se presentó en el Hotel Tripoli e Italia, donde residía Peruggia. Envuelto en una tela roja, en el doble fondo de su baúl, el carpintero tenía el original de La Gioconda con el sello oficial del Louvre al dorso de la tabla.

Para ganar tiempo, Poggi le dijo a Vincenzo que, antes de pagar, quería someter el cuadro al peritaje de los expertos de la Galleria degli Uffizi. Mientras el ingenuo carpintero esperaba en el hotel, Geri y Poggi confirmaron la autenticidad del cuadro y alertaron a la policía. Peruggia se dejó detener sin resistencia. Cuando fue juzgado, un año y medio más tarde, sus abogados consiguieron probar que había actuado por motivos patrióticos y obtuvieron una sentencia simbólica de un año y medio de prisión. Salió de la cárcel a los siete meses, en plena Primera Guerra Mundial.

Lo importante es que finalmente La Gioconda volvió al Museo del Louvre el domingo 4 de enero de 1914, en medio de una movilización popular que tuvo aspectos de verdadera fiesta nacional. Su aventura había durado exactamente 2 años y 111 días durante los cuales -como corresponde a una de las mayores divas de la cultura universal- consiguió estremecer los cimientos del imperturbable mundo del arte internacional.

IMAGEN: https://historia.nationalgeographic.com.es/a/robo-siglo-desaparicion-mona-lisa_12781/4

Artículo completo en:

http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1367441&origen=premium&utm_source=newsletter&utm_medium=suples&utm_campaign=ultnoti

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