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CARLO GINZBURG, los medios, la Historia y los documentos

Posted by on 15 junio, 2011

¿Son posibles las historias nacionales en una era global? ¿Cómo se relaciona la novela con lo real? ¿Afectan los medios de comunicación la tarea del historiador? En este diálogo, las opiniones del autor de «El hilo y las huellas», recién publicado, en un reportaje de Héctor Pavón para revista Ñ.

-¿Qué papel le otorga a la televisión en la construcción de la verdad?

-Le confieso una cosa: yo detesto la televisión y nunca tuve un televisor. Creo que es un instrumento potentísimo y que contribuye a construir verdad, falsedad, una mezcla de ambas, no hay duda. Como también lo hicieron el cine, las novelas, los libros y lo siguen haciendo. Pero no creo que se pueda aislar el rol de la televisión. Creo que sí, que es un instrumento muy potente, que tiene una facultad hipnótica muy fuerte. Después habría que discutir caso por caso. Yo, incluso por el país en que vivo, veo, sobre todo, los riesgos políticos de la televisión y con mayor razón, del monopolio televisivo.

-¿Entre los historiadores, es común llegar a un consenso para acordar una idea, un concepto?

-Los historiadores realizan su trabajo de una manera similar a cualquier científico. Yo vacilo, no hablo de la historia como ciencia. Pero, ¿cómo se llegó al consenso de que la Tierra es redonda y no plana? Es posible que haya alguien, alguna secta, que sostenga que la Tierra es plana; es una negación de ese consenso; ahora, yo creo que ese consenso no se logró con la fuerza y podemos hablar de consenso aunque haya algunas minorías desdeñables del punto de vista cualitativo y también cuantitativo respecto de esa idea que sostienen que la Tierra es plana. Naturalmente hay otro montón de cosas en que el consenso es mucho más difícil de alcanzar. Y lo mismo pasa con la historia. Pero si alguien sostiene que Napoleón no existió, entra a formar parte de una minoría y el problema entonces es quién tiene la prueba.

-Allí, el documento adquiere una importancia clave.
-Si no tuviéramos huellas de que un individuo llamado Napoleón existió, Napoleón sería un puro nombre. Hay documentos, en el caso de Napoleón, pero también en el caso de infinidad de eventos, fenómenos. No es que nosotros vayamos a controlar los documentos para probarlo. Si alguien me dice: pero el Imperio Romano nunca existió, yo no le digo, andá a controlar los documentos. Pero naturalmente la posibilidad de control existe. En otros casos no, por ejemplo, en el caso de la hipótesis de que la Tierra es plana, no existe.

-¿El estudiante de historia debe leer novelas? ¿Lo recomienda?

-Hace unos 30 años mi amigo Adriano Sofri, me dijo a quemarropa: «¿Pero vos, qué pensás estudiar?» «Quiero estudiar la Historia», le dije. «Leé muchas novelas», me aconsejó. Y diría que en la actualidad sería más cauto, no porque no crea que las novelas sean útiles. Sigo pensándolo, pero no quiero enrolarme en el ejército de quienes piensan que entre historia y novela no hay ninguna distinción rigurosa. Yo creo que hay algo muy importante que se llama imaginación moral que es algo que nos permite ponernos provisoriamente en el lugar de otra persona. Viva o muerta. De manera muy imperfecta. No se trata de empatía. Intentemos hacer un esfuerzo y veamos qué pasa. Entonces, las novelas nos familiarizan, nos obligan a ese ejercicio continuamente. Si leemos a Stendhal nos encontramos en el lugar de Fabrizio del Dongo o de la Sanseverina, ¿por qué no? Es un esfuerzo por huir de la prisión del propio yo que hacemos provisoriamente para luego volver.

-¿Existe todavía la idea de una historia nacional? ¿Es posible trabajar este género hoy?

-Es posible, pero creo que tiene que haber un elemento de comparación si no explícito, implícito. La globalización ha hecho que esto sea urgente. No es pensable escribir una historia de Italia, o de la Argentina, como si fueran países aislados del resto del mundo, del contexto. Sería absurdo. Un elemento de comparación puede ser explícito o implícito, pero debe estar presente necesariamente.

-¿Cómo cambió el papel del historiador con la participación en los medios de comunicación?

-Es un poco difícil responder. Creo que desde siempre ha habido un lugar para la divulgación histórica y que puede darse de muchas formas. El problema es distinguir entre la divulgación buena y la mala. En general, hay un retraso entre la investigación más nueva y la divulgación. Es un retraso normal. Son dos procesos distintos y también dos públicos distintos. Es algo que va contra una costumbre corriente, y al decirlo me remito a una observación de Marc Bloch: la presentación de una investigación junto con los resultados puede interesar incluso a las personas que son ajenas a los trabajos, siempre que sea hecha de una manera no paternalista y no arrogante, siempre y cuando involucre el mecanismo de la búsqueda de la verdad sin comillas.

Reportaje completo en:

http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2010/08/21/_-02207464.htm

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