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COMBATE DE SAN LORENZO

Posted by on 3 mayo, 2012

El poder marítimo de la España en América parecía invencible. Sus naves de guerra, desmanteladas en Europa, dominaban ambos mares desde las Californias en el Pacífico hasta el Golfo de México en el Atlántico. El Río de la Plata y sus afluentes reconocían por únicos señores a los marinos de Montevideo, quienes hostilizaban todo el litoral argentino. Un día bombardeaban la capital de Buenos Aires, otro día derramaban el espanto en todo el río Uruguay, o asolaban las poblaciones indefensas del Paraná. El gobierno de la revolución, para contrarrestarlos levantó baterías frente al Rosario y en Punta Gorda (aprox.50 km. al norte de Rosario), pero el río Paraná continuaba siendo el teatro de sus continuas depredaciones. En octubre de 1812 fueron cañoneados, asaltados y saqueados los pueblos de San Nicolás y San Pedro.

Alentados por el éxito de estas empresas los realistas resolvieron darles extensión, como medio de hostilidad permanente. Organizaron sigilosamente una escuadrilla con el plan de remontar el río, destruir las baterías del Rosario y Punta Gorda, y subir hasta el Paraguay apresando en su trayecto los buques de cabotaje que se ocupaban del tráfico comercial con aquella provincia. Se confió la dirección del convoy al corso español Rafael Ruiz, y al mando de la tropa de desembarco al capitán Juan Antonio Zabala. En enero llegaron estas noticias al gobierno de Buenos Aires, que mandó desarmar las baterías del Rosario, por no considerar conveniente su defensa. Al mismo tiempo, dispuso se reforzasen las baterías de Punta Gorda y ordenó al coronel del recientemente creado Regimiento de Granaderos a Caballo, José Francisco de San Martín que con una parte de su regimiento protegiese las costas del Paraná desde Zárate hasta Santa Fe.

La expedición naval realista, procedente de Montevideo, penetró por las bocas del Guazú a mediados del mes de enero de 1813.  Se componía de 11 embarcaciones armadas, tripuladas por 300 hombres. Aunque retrasada la expedición por los vientos del norte, San Martín, mientras tanto, con el grueso de su fuerza oculta, y disfrazado con un poncho y un sombrero de campesino, seguía personalmente desde la orilla la marcha de la expedición, en acecho del momento de escarmentarla, caminando solo de noche para precaverse de los espías……..

 EL PRELUDIO DEL COMBATE, los primeros disparos.

El 28 de enero la flotilla enemiga pasó por San Nicolás. El 30 subió más arriba del Rosario, sin hacer ninguna hostilidad. El comandante militar del Rosario, don Celedonio Escalada, natural dela Banda Oriental, reunió la milicia para oponerse al desembarco. Consistía su fuerza en 22 hombres armados de fusiles, 30 de caballería con chuzas, sables y pistolas y un cañoncito de montaña manejado por media docena de artilleros que protegía el resto de su gente armada de cuchillos.

En la noche levaron anclas los buques españoles, y el día 30 amanecieron frente a San Lorenzo, veintiséis kilómetros al norte del Rosario, anclando a 200 metros de la orilla. Las altas barrancas, escarpadas como una muralla, sólo son accesibles por los puntos en que la mano del hombre ha abierto sendas, practicando cortaduras. Sobre la alta planicie que corona la barranca se levanta el convento de San Carlos, con sus grandes claustros de sencilla arquitectura. Un destacamento como de 100 hombres de infantería fue echado a tierra, y sólo encontraron a los pacíficos frailes de San Francisco, habitadores del convento, que les permitieron tomar algunas gallinas y melones, únicos víveres que pudieron proporcionarse pues todos los ganados habían sido retirados de la costa con anticipación. Formados los expedicionarios frente a la portería del convento, vieron a la distancia una ligera nube de polvo que se levantaba en el camino del Rosario. Era Escalada, que noticioso del desembarco, acudía al encuentro con su cañón de montaña y con sus 50 hombres medio armados. La campana del claustro daba en aquel momento las siete y media de la mañana. Cuando Escalada llegó al borde de la barranca, los españoles se replegaban sobre la ribera al son de caja en disposición de reembarcarse. Rompió sobre ellos el fuego con su cañón: pero los buques con sus piezas de mayor alcance le obligaron a desistir de su hostilidad.

En la noche del 31 fugó de la escuadrilla un paraguayo que tenían preso en ella. Apoyándose en unos palos flotantes, José Félix Bogado llegó a la playa, donde los patriotas lo recibieron. Por él se supo que toda la fuerza de la expedición realista no pasaba de 350 hombres, que a la sazón se ocupaban de montar dos pequeños cañones para desembarcar al día siguiente con mayor fuerza, con el objeto de registrar el monasterio, donde se suponían ocultos los caudales de la localidad. Inmediatamente transmitió Escalada esta noticia, y uno de sus mensajeros encontró al coronel San Martín al frente de 120 granaderos, cuya marcha se había retrasado en dos jornadas respecto de la expedición naval española. Sin estas circunstancias casuales, que dieron tiempo para que todo se preparase convenientemente, el combate de San Lorenzo no habría tenido lugar.

SAN MARTÍN SE ENCUENTRA CON ROBERTSON. NOCHE PREVIA AL COMBATE.

San Martín, con su columna, seguía a marchas forzadas. En la noche del día 2 de febrero, llegó a la posta de San Lorenzo, distante cinco kilómetros del convento. Allí encontró los caballos que Escalada había hecho prevenir para reemplazar a los cansados. Al frente de la posta estaba estacionado un carruaje de viaje desenganchado. Dos granaderos se acercaron a él y preguntaron en tono amenazador: ¿Quién está ahí?Un viajero, contestó la voz de un hombre que parecía despertar de un profundo sueño. En aquel instante se aproximó otro jinete, y se oyó otra voz ronca con acento de mando tranquilo: “No falten ustedes, que no es un enemigo, sino un caballero inglés que va al Paraguay”. El viajero, asomando la cabeza por una de las ventanillas del coche, exclamó: “Seguramente usted es el coronel San Martín”. ¿Y si fuese así? Contestó el interpelado, “aquí tiene usted a su amigo, Mr. Robertson”. Era en efecto, el conocido viajero británico Guillermo Parish Robertson, destinado a presenciar los memorables sucesos del día.

Los dos amigos se reconocieron, riendo de su caprichoso encuentro en medio de las tinieblas: San Martín habló de su proyecto: “El enemigo tiene doble número de gente que la nuestra: pero dudo mucho le toque la mejor parte”. “Estoy en la misma persuasión”, contestó flemáticamente el inglés, quien solicitó el honor de acompañarlos en la jornada. “Convenido”, contestó San Martín, “pero cuide usted que su deber no es pelear. Yo le daré un buen caballo y si ve que la jornada nos es adversa, póngase a salvo. Sabe usted que los marinos son maturrangos”. Acto seguido dio la voz de “¡a caballo!”, y poco después de media noche la columna patriota arribó al convento de San Carlos, en San Lorenzo.

Todas las celdas estaban desiertas y ningún rumor se percibía en los claustros. Cerrado el portón, los escuadrones echaron pié a tierra en el gran patio del convento, prohibiendo el coronel que se encendiesen fuegos, ni se hablara en voz alta. “Hacían recordar”, dice el viajero inglés, “a la hueste griega que entrañara el caballo de madera tan fatal a Troya”. San Martín, provisto de un anteojo de noche, subió a la torre de la iglesia y se cercioró de que el enemigo estaba allí por las señales que hacía por medio de fanales. Seguidamente reconoció el terreno vecino y, tomando en cuenta las noticias suministradas por Escalada, formó inmediatamente su plan.

EL COMBATE

Al frente del convento se extiende una alta planicie, adecuada para las maniobras de la caballería. Entre el atrio y el borde de la barranca acantilada, a cuyo pie se extiende la playa, media una distancia de poco más de 300 metros, lo suficiente para dar una carga de fondo. Con estos conocimientos, San Martín dispuso que los granaderos saliesen del patio y se emboscaran formados tras los macizos claustros y las tapias posteriores del convento. Al rayar la aurora, subió por segunda vez al campanario provisto de su anteojo militar. Pocos momentos después de las cinco de la mañana las primeras lanchas de la expedición española, cargadas de hombres armados, tomaban tierra. Eran dos pequeñas columnas de infantería en disposición de combate. San Martín se puso al frente de sus granaderos. Desenvainando su sable corvo y de forma morisca, arengó en breves y enérgicas palabras a los soldados a quienes por primera vez iba a conducir a la pelea, recomendándoles que no olvidasen sus lecciones, y sobre todo, que no disparasen ningún tiro, fiando solamente en su lanza y en sus largos sables. Después de esto tomó el mando del 2º escuadrón y dio el del 1º al capitán Justo Bermúdez, con prevención de flanquear y cortar la retirada a los invasores: «En el centro de las columnas enemigas nos encontraremos, y allí daré a Ud. Mis órdenes.» Los enemigos habían avanzado, mientras tanto, unos 200 metros, en número como de 250 hombres. Venían formados en dos columnas paralelas con la bandera desplegada y traían dos piezas de artillería de a 4 al centro.

En aquel instante resonó por primera vez al clarín de guerra de los Granaderos a caballo. Salieron por derecha e izquierda del monasterio los dos escuadrones, sable en mano y en aire de carga, tocando a degüello. San Martín llevaba el ataque por la izquierda y Bermúdez por la derecha. San martín, que era el que tenía que recorrer la menor distancia, fue el primero que chocó con el enemigo. El combate de San Lorenzo tiene de singular que ha sido narrado con encomio por el mismo enemigo vencido. El jefe de la expedición española dice en su parte oficial: «Por derecha e izquierda del monasterio salieron dos gruesos trozos de caballería formados en columna y bien uniformados, que a todo galope, sable en mano, cargaban despreciando los fuegos de los cañoncitos, que principiaron a hacer estragos en los enemigos desde el momento que los divisó nuestra gente. Sin embargo, de la primera pérdida de los enemigos, desentendiéndose de la que les causaba nuestra artillería, cubrieron sus claros con la mayor rapidez, atacando a nuestra gente con tal denuedo que no dieron lugar a formar cuadro.»

Las cabezas de las columnas españolas desorganizadas en la primera carga, que fue casi simultánea, se replegaron sobre las mitades de retaguardia y rompieron un nutrido fuego contra los agresores, recibiendo a varios de ellos en la punta de sus bayonetas. San Martín, al frente de su escuadrón, se encontró con la columna que mandaba en persona el comandante Zabala. Una descarga de fusilería mató a su caballo y le derribó en tierra, quedando aprisionada bajo el corcel ya muerto una de sus piernas. Trábase a su alrededor un combate parcial de arma blanca, recibiendo él una ligera herida de sable en el rostro. Un soldado español se disponía a atravesarlo con la bayoneta, cuando uno de sus granaderos, llamado Baigorria, traspasó a realista con su lanza. San Martín habría sucumbido en aquel trance, si otro de sus soldados no hubiese venido en su auxilio, echando pie a tierra y arrojándose sable en mano en medio de la refriega.

Con fuerza y serenidad Juan Bautista Cabral, desembaraza a su jefe del caballo muerto y recibe, en aquel acto, dos heridas mortales, gritando con entereza: ¡Muero contento. Hemos batido al enemigo! Era natural de Corrientes y murió dos horas después repitiendo las mismas palabras. Casi al mismo tiempo el alférez Hipólito Bouchard, arrancaba con la vida la bandera española de manos del que la llevaba, habiendo el capitán Bermúdez, a la cabeza del escuadrón de la derecha, hecho retroceder la columna que encontró a su frente..

La victoria se consumó en menos de un cuarto de hora. Los españoles, desconcertados y deshechos por el doble y brusco ataque, abandonaron en el campo su artillería, sus muertos y heridos, y se replegaron haciendo resistencia sobre el borde de la barranca, donde intentaron formar cuadro. La escuadrilla rompió fuego para proteger la retirada, y una de sus balas hirió al capitán Bermúdez en el momento en que llevaba la segunda carga. El teniente Manuel Díaz Velez, que lo acompañaba, arrebatado por su entusiasmo y el ímpetu de su caballo, se despeñó de la barranca. Los últimos dispersos españoles se lanzaron en fuga a la playa baja, precipitándose muchos de ellos al despeñadero. Los granaderos tuvieron veintisiete heridos y quince muertos, siendo de estos últimos: 2 porteños, 3 puntanos, 1 oriental y 1 santiagueño, estando todas las demás Provincias Unidas representadas por algún herido, como si en aquel estrecho campo de batalla se hubiesen dado cita sus más valientes hijos para hacer acto de presencia en la vida y en la muerte.

San Martín suministró generosamente víveres frescos para los heridos enemigos, a petición del jefe español. A la sombra de un pino añoso, que todavía se conserva en el huerto de San Lorenzo, firmó el parte de la victoria.

El combate de San Lorenzo, aunque de poca importancia militar, fue de gran trascendencia para la revolución. Pacificó el litoral de los ríos Paraná y Uruguay, dando seguridad a sus poblaciones; mantuvo libre la comunicación con Entre Ríos, que era la base del ejército sitiador de Montevideo; privó a esta plaza del auxilio de víveres para prolongar su resistencia; conservó franco el comercio con el Paraguay, que era una fuente de recursos y, sobre todo, dio un nuevo general a sus ejércitos y a sus armas un nuevo temple.

El entusiasmo con que fue festejado su triunfo en la capital, vengó al vencedor de las calumnias que ya empezaban a amargar su vida, presentándolo como un espía de los españoles que tuviera el propósito secreto de volver contra los patriotas las armas que se le habían confiado.

El primer experimento estaba hecho. Los sables de los granaderos estaban bien afilados: no sólo podían dividir la cabeza de un enemigo. sino que también podían decidir el éxito de una batalla. El maestro había probado que tenía brazo, cabeza y corazón, y que era capaz de hacer prácticas sus lecciones en el campo de batalla. Su nombre se inscribía por la primera vez en el catálogo de los guerreros argentinos, y su primer laurel simbolizaba, no sólo una hazaña militar, sino también un gran servicio prestado a la tranquilidad pública, a la par que una muestra del poder de la táctica y disciplina dirigidas por el valor y la inteligencia.

Fuente: MITRE, BARTOLOMÉ, Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana, Anaconda, Buenos aires, 1950.

Imagen. https://es.wikipedia.org/wiki/Combate_de_San_Lorenzo

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