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A 50 AÑOS DEL CONCILIO VATICANO II

Posted by on 16 octubre, 2012

El 11 de octubre de 1962 dio inicio en Roma el Concilio Ecuménico Vaticano II,  una suerte de asamblea de los obispos de todo el mundo destinada a debatir sobre la situación de la Iglesia y su relación con la sociedad. Dicho Concilio fue la gran decisión del entonces Papa  Juan XXIII, apodado “el bueno”, quien veía con preocupación el divorcio que tenía la sociedad con la Iglesia.

El Pontífice –a través de sus encíclicas- propuso acercar  la Iglesia a los problemas sociales y económicos que vivía un mundo convulsionado. La iniciativa -que reformó radicalmente la iglesia católica- fue discutida a lo largo de cuatro sesiones, una por año, de cuatro meses cada una, entre 1962 y 1965. Producto de ello se aprobaron cuatro constituciones, nueve decretos y tres declaraciones. Los cambios más significativos fueron los siguientes…

a)      La virtual carta magna del concilio fue la Lumen Gentium, que rescató la importancia de los laicos católicos, en un intento de empujar a la Iglesia al mundo moderno, sacándola de su encierro

b)      La Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la práctica litúrgica revolucionó a la iglesia, al permitir la lectura de la misa en las lenguas nacionales, abandonando el uso del latín y modificando la postura del sacerdote que hasta entonces daba la espalda a sus fieles durante la ceremonia. . El sacerdote en la misa dejó de dar la espalda a los fieles y hablar en latín. Las lecturas pasaron a las lenguas nacionales. El sucesor de Juan XXIII, Pablo VI, llevó a la generalización el uso de las lenguas nacionales a otros sacramentos.

c)      La Constitución Dei Verbum, autorizó la traducción en las lenguas nacionales. Desde el Concilio de Trento en el siglo XVI, en plena Contrarreforma, el texto bíblico fue condenado al latín como reacción a la apertura a las lenguas nacionales que era parte de las propuestas del protestante Martín Lutero.

d)     La Constitución Gaudim et Spes, sobre el mundo contemporáneo, abrió la iglesia a un intercambio cultural con el mundo. La Iglesia se planteaba ahí el compromiso de lucha por la paz, la justicia, la ciencia y las libertades fundamentales.

e)      La declaración Nostra Aetate y Dignitatis Huamanae reivindicó el principio de la libertad religiosa. A los judíos se les reconoció como lo que Juan Pablo II llamó después “nuestro hermanos mayores”, liberándolos así de la acusación de deicidio de Cristo poniendo fin al antisemitismo teológico.

Hoy, si bien no se discute su importancia,  los puntos de vista están divididos entre quienes reivindican el acontecimiento como una bisagra en la vida institucional y quienes señalan que las reformas que entonces se propusieron quedaron en declaraciones que no llegaron a concretarse por culpa de las mismas mentalidades conservadoras que siguen controlando a la Iglesia.

Juan XXIII decía que “frente a los países subdesarrollados, es decir, frente a la pobreza en el mundo, la Iglesia es y quiere ser una realidad germinal y un proyecto, la Iglesia de todos y, particularmente, la Iglesia de los pobres”. Aggiornamento (actualización) fue la palabra clave que atravesó al Concilio, clausurado el 8 de diciembre de 1965 y en el que participaron 2450 personas provenientes de todo el mundo, en su inmensa mayoría cardenales y obispos, a quienes se sumaron algunos sacerdotes, religiosos y un puñado de laicos e invitados de otras confesiones religiosas.

El objetivo fue un cambio de paradigma: pasar de una Iglesia que se miraba a sí misma a una Iglesia dispuesta a mirar a la sociedad y abierta a hacerse preguntas a partir de la realidad de las personas. El “Papa bueno”  no pudo ver culminado su propósito. Murió en 1963 antes de que terminara el Concilio, pero su sucesor Pablo VI  tomó la posta y fue un firme impulsor de la iniciativa.

Pero lo más importante fue introducir la llamada “centralidad de los pobres” en el discurso y, pretendidamente, en la práctica de la Iglesia. Uno de los documentos más importantes del Concilio, Gaudium et spes (Gozo y esperanza), comienza afirmando que “los gozos y las esperanzas de este mundo, sobre todo de los más pobres, son los gozos y las esperanzas de los discípulos de Cristo”.

La Iglesia latinoamericana fue una de las que impulsaron con mayor fuerza las transformaciones propuestas por el Concilio. Entre el 24 de Agosto y el 6 de  septiembre de 1968, 130 obispos representantes de más de 600 diócesis de todo el continente se reunieron en la ciudad colombiana de Medellín, con el objetivo de aplicar las nuevas orientaciones del Concilio a la evangelización de América Latina. En este contexto  proclamaron la “opción por los pobres”, así como la necesidad de comprometerse activamente en la reforma social y asumir las consecuencias de ese compromiso. Una ‘teología de la liberación‘ adecuó el tradicional mensaje de la Iglesia a los conflictos de la hora, y la afirmación de que la violencia ‘de abajo’ era consecuencia de la violencia ‘de arriba’ autorizó a franquear el límite, cada vez más estrecho, entre la denuncia y la acción. Desde entonces, los sacerdotes que se reunieron en el Movimiento de Sacerdotes para el  Tercer Mundo, y los laicos que los acompañaban, militaron en las zonas más pobres, particularmente las villas de emergencia, al tiempo que el lenguaje evangélico fue haciéndose rápidamente político».

Luis Alberto Romero, Breve historia contemporánea de la Argentina, Buenos Aires, FCE, 1994, pp. 245-246.

http://www.clarin.com/mundo/puntos-principales-giro-historico_0_790121055.html

http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-205335-2012-10-11.html

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