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El fin de la Edad Media

Posted by on 30 julio, 2021

por Alejandro Justiparán

¿Podemos explicar la Edad Media sólo a través de sus acontecimientos políticos? ¿Debemos integrar a esa explicación a los procesos sociales, económicos y religiosos? Ese extensísimo período que sucede a la Antigüedad, resultaría incomprensible en su total dimensión, si no fuera por el valiosísimo aporte de las nuevas tendencias historiográficas, que han transformado la manera de concebir y de escribir la historia.

La historia tradicional, hasta principios del siglo XIX, se había organizado, en el marco del Positivismo, en torno a sucesos y gestas de «grandes hombres», personalidades políticas o militares que pasaron a ser héroes de leyenda. Estos individuos excepcionales constituían la escala de la historia: sus vidas señalaban el cambio de época. Esa disciplina se había tornado insuficiente para asimilar los profundos cambios que se sucedieron a lo largo de mil años. Nos ofrecía una historia fragmentada, incapaz de explicarnos las continuidades y los cambios que formaron parte de un proceso mucho más complejo.

La historia de las mentalidades, remitiéndose a las fuentes de diferentes ciencias humanas, le devolverá a la historia humana la variedad de sus ritmos, proponiendo una visión global y más completa de la historia. ¿Cómo sino explicar los procesos que darán origen a la Modernidad? Ya no servirán las explicaciones históricas realizadas sólo a la medida y al ritmo de los acontecimientos políticos.


La Edad Media no recorrerá su tránsito hacia la Modernidad sin sufrimiento, sin muerte, sin incertidumbre. Porque una civilización puede morir; pero la civilización no muere.[1] Otra la reemplaza, otra se establece. Un nuevo orden es elaborado y fundado en nuevas bases. Pero en ningún terreno la ruptura es completa. Ni en el económico, ni en el intelectual, ni en el estético, ni en el religioso. “Un mundo que busca ansiosamente nuevos cimientos políticos, económicos y sociales”[2], involucrará y afectará a propios y extraños, a ricos y pobres. En la explicación de esos procesos es donde el relato tradicional pierde eficacia. Resulta útil entonces, el concepto de tiempo social –establecido por Fernand Braudel – que comprenderá una historia de ritmo lento, la historia de los grupos y las agrupaciones, para comprender los cambios y las permanencias dentro de la nobleza, la Iglesia y los Estados hacia el fin de la Edad Media[3].

Surgen los Estados Nacionales, y en ellos se consolida el poder real. Monarquías que no gozaban de una autoridad plena, supieron reconvertirse y entronizarse merced al enfrentamiento con la nobleza y la Iglesia. Una nobleza que ejerció de hecho autoridad allí donde el sistema feudal se cimentó: en el feudo. Nobles que se hicieron dueños y señores locales, aprovechando las prerrogativas que el Rey debió otorgarles, y que veían como este nuevo orden que se imponía derrumbaba uno a uno los cimientos de su mundo.

El surgimiento de la burguesía, un proceso clave de la época, jugará un rol fundamental en este proceso, asistiendo y sosteniendo al poder real, en el marco de su enfrentamiento con la nobleza. El renacer urbano y comercial formará parte de esta nueva construcción. Un comercio que volverá a comunicar a Occidente con Oriente y que acabará con ese mundo cerrado y autosuficiente del feudo. Un comercio que necesitará de dinero. “La invasión de la moneda vino a removerlo todo. Este nuevo poder de los dineros desmoraliza”.[4] Destruye los cimientos del mundo del caballero. Sus códigos, su ética, su honor. Muestra de ello son los torneos, diseminados por toda Europa, que revalidan las habilidades de quienes son quizás, el último vestigio de una era que termina: la de los que guerrean. Una era que estaba organizada en base a un orden divino que daba a cada quien su lugar. Un orden trastocado, transformado.

 Otro de esos lugares u “órdenes” establecidos estaba reservado para los que oraban. La Iglesia, a la que precisamente la cultura medieval debió su unidad[5], resignará su pretendida autoridad terrenal, su derecho a la vigilancia del poder, a manos del absolutismo monárquico, pero no perderá preminencia en el terreno de las mentalidades. Convocará  las cruzadas, enfrentándose a la otra pretendida ecumenidad absoluta[6]: el islamismo. Persistirá en las peregrinaciones. Innumerables peregrinos de toda clase social, recorrerán los caminos que conducen a Jerusalén, Santiago de Compostela y Roma. Muestras de fe que traspasan los límites de la propia civilización, y los confronta con paisajes y gentes diametralmente opuestos a los habituales, ingresando en un ámbito que, por extraño, resulta hostil[7]. La Iglesia resistirá y persistirá a pesar de los cambios políticos y sociales. Acondicionará sus pretensiones de poder a las circunstancias, porque la relación con las monarquías es de mutua necesidad, de mutua legitimación.

El feudalismo llega a su fin. La centralización del poder acaba con los particularismos. El siglo XIV transcurre en medio del caos. Guerras, pillaje, levantamientos sociales, hambrunas, enfermedades y pestes siembran muerte y confusión. Pero los cambios no se detienen, avanzan inexorablemente a pesar de las resistencias. Los sentimientos nacionalistas surgen salvaguardando una unidad que se ve amenazada. Y a todos estos cambios, se agregará el fin de la supremacía del Mediterráneo, ese mare nostrum romano que cede su centralidad al Océano Atlántico, surcado por españoles y portugueses.

Una Edad termina y otra comienza. Algunos cambios son traumáticos y repentinos. Otros son lentos y transcurren a otra velocidad. Cambio y permanencia, dos caras de un mismo proceso que obligan al historiador de las mentalidades a profundizar su trabajo, pero con las herramientas correctas para hacerlo.

BIBLIOGRAFÍA

  • BRAUDEL, Fernando. El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, México, Fondo de Cultura Económica [1ª edición en francés, 1949; en español, 1953], 4º reimpresión, 1997. 2 tomos.
  • DUBY, Georges. Guillermo el Mariscal, Madrid. Alianza, 1984.
  • FEBVRE, Lucien. Combates por la historia, Planeta Agostini, 1953, España, ed. 1993.
  • GENICOT, Leopold. El espíritu de la Edad Media, Barcelona, Noguer, 1963.
  • GUGLIELMI, Nilda. Guía para viajeros medievales. Buenos Aires, PRIMED-CONICET, 1994.

[1] Lucien Febvre, Combates por la historia, Planeta Agostini, 1953, España, ed. 1993. Página 62.

[2] Leopold Genicot, El espíritu de la Edad Media, Barcelona, Noguer, 1963. Versión UNTREF Virtual, página 10.

[3] Fernand Braudel.El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, México, Fondo de Cultura Económica [1ª edición en francés, 1949; en español, 1953], 4º reimpresión, 1997. 2 tomos. Página 17-18.

[4] Georges Duby, Guillermo el Mariscal, Madrid. Alianza, 1984, Versión UNTREF Virtual, página 2.

[5] Leopold Genicot, op. Cit. Versión UNTREF Virtual, página 35.

[6] Seminario de Historia Cultural e Historiografía I, UNTREF VIRTUAL, Clase 4, página 4.

[7] Nilda Guglielmi. Guía para viajeros medievales. Buenos Aires, PRIMED-CONICET, 1994. Versión UNTREF Virtual, página 1.

IMAGEN: Portada de «El año mil», de Georges Duby, Gedisa, México 2018.

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