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El 17 de octubre de 1945

Posted by on 25 julio, 2022

Los acontecimientos iban a desencadenarse rápidamente.  Como pocas veces, los intereses políticos, económicos y sociales, iban a polarizarse de una manera descarnada. Los militares, los conservadores, radicales, socialistas y comunistas, los sindicatos, la iglesia y hasta Estados Unidos iban a manifestar sus apetencias y sus intereses, en función de los cuales realizarían las coaliciones que más los favorecieran. El país iba a dividirse en dos. Los actores entraban en escena.

Dentro del gobierno que había llegado al poder tras el golpe de 1943, el grupo “pragmático”, dirigido por Perón, que consideraba conveniente llegar a un entendimiento con los Estados Unidos, se impuso en febrero de 1944 cuando Ramírez fue derrocado y reemplazado por el general Edelmiro J. Farrell. El costo fue que los grupos nacionalistas comenzaron a considerarse traicionados por Perón, que estaba detrás de las nuevas autoridades.

La política adoptada por éstas tuvo un éxito parcial hacia fines del año 1944. En los Estados Unidos hubo un cambio de secretario de Estado y el nuevo funcionario decidió recomponer las relaciones con la Argentina. La respuesta fue que nuestro país declaró la guerra al Eje, en marzo de 1945. La rendición alemana se daría tres meses después. En Mayo llegó al país el nuevo embajador, Spruille Braden, quien enseguida tomó una oposición de abierto enfrentamiento con Perón e intervención directa en la política nacional. Estaba convencido de que la lucha contra el régimen militar argentino era una continuación de la que acababa de terminar en Europa.

Lo mismo pensaba gran parte de la oposición. Ésta había formado una Junta de Coordinación Democrática, que abarcaba desde el conservador Partido Demócrata Nacional hasta el comunismo, pasando por radicales, democrata-progresistas y socialistas.

Quedaba así conformada la matriz de la coalición. La justificación para unir a sectores tan disímiles estaba dada por el hecho de que, a juicio de sus dirigentes, lo que se enfrentaba era una amenaza fascista y contra ella se hacía necesaria la unidad de los más diversos grupos, como había sucedido durante la guerra en Europa.

La política social de Perón estaba en conflicto, por otra parte, con el empresariado local, especialmente el rural.[1] Uno de los temas que más trataba Perón en sus discursos, y al que consideraba fundamental para su programa de gobierno –aunque nunca llegó a ejecutarlo- era el de la reforma agraria. Manifestaba que la tierra debía dejar de ser un bien de renta para convertirse en un bien de trabajo. Tampoco, pese a sus frecuentes efusiones verbales contra el capitalismo y el imperialismo, Perón abrió un frente de lucha real contra sus expresiones concretas. Dice  Félix Luna:

 “Agresivo y revolucionario en las palabras, protagonista  él mismo de un proceso revulsivo que habría de transformar al país, Perón administró prudentemente sus enemistades y nada hizo para echarse encima más hostilidades de las que había provocado. En cambio, tenía una especial vocación para aglutinar gente e ideas y hacerlas suyas”.[2]

Aunque todos estaban unidos por la empresa política común y la común adhesión a su jefe, los que apoyaban a Perón constituían un movimiento muy heterogéneo. Había radicales del viejo cuño yrigoyenista; sindicalistas de todas las tendencias y orígenes, desde el más vergonzoso amarillismo hasta el anarquismo o el socialismo reformista; nacionalistas que estaban con Perón por un sentimiento visceral de rendimiento ante el hombre fuerte, el líder, el caudillo. Pero el naciente peronismo de 1945 se nutría de un sentimiento que salvaba sus pecados de origen, todos vivían esa aventura como un audaz salto al futuro. Una nueva Argentina.

Podría decirse que eran dos las Argentinas que se enfrentaban, el país viejo que aún creía en las viejas fórmulas, por un lado; y el país nuevo que integraba a una realidad insoslayable, el pueblo, al resto de la sociedad.

Finalmente, el 8 de octubre de 1945 se pronunciaron los mandos de Campo de Mayo, pidiendo el retiro de Perón de todos sus cargos oficiales. El general Eduardo Ávalos, jefe de esa guarnición, antiguo miembro del GOU, se plegó al movimiento, quizá en parte para moderarlo y evitar derramamientos de sangre. Se le unió el almirante Vernengo Lima, que aportó el apoyo de la Marina, siempre desconfiada del innovador coronel que jugaba con fuego. Perón se vió obligado a retirarse y al día siguiente fue apresado, supuestamente para protegerlo de la ira de sus enemigos. Todo el gabinete también renunció y comenzó una semana de vacío de poder.

Mientras tanto, los partidarios de Perón comenzaron a organizarse para la resistencia. Entre la masa de la población más pobre, el rechazo a la nueva situación era muy neto, agudizado por ciertas medidas tomadas por entidades empresarias que decidieron no cumplir con las leyes sociales recientemente decretadas, a su juicio ilegales y destructivas de la economía nacional. Era el momento de saber hasta que punto el trabajo de seducción llevado a cabo por Perón había dado los frutos esperados, hasta donde esa nueva fuerza institucional podría llegar en defensa de sus intereses.

Ante la agitación popular por el retorno de Perón, se reunió el Comité Confederal de la CGT. La central estaba bastante debilitada por la desafiliación de varios sindicatos antiperonistas y por la presencia de entidades paralelas a las antiguas, algunas de dudosa representatividad, fruto de la aplicación del decreto sobre Asociaciones profesionales. Muy tironeado por actitudes contradictorias en cuanto a la estrategia por adoptar, finalmente el Comité Confederal decidió convocar a una huelga general para el 18 de octubre.

La decisión no fue fácil, muchos de los dirigentes, aunque reconocían las conquistas sociales debidas a Perón, no creían que el movimiento obrero debía jugarse por él. Un dirigente de origen socialista dijo en un momento de la discusión:

Otros coroneles no van a faltarnos… ¡Bastará que vayamos a Campo de Mayo y aparecerá una docena![3].

Básicamente dos eran las posturas. Una encabezada por su secretario General, Silverio Pontieri, que procuraba llegar al gobierno para solicitar garantías; y la que tenía por animadores  a un grupo heterogéneo de dirigentes, cuya preocupación fue, desde un principio, poner en estado de alerta a los sindicatos y preparar la inminente movilización obrera.

Después de casi diez horas de debate, a la una de la mañana se votó: la moción    de la huelga triunfó por 16 votos contra 11.[4]

El debate desatado en la central obrera, resultó arrasado por las masas, las que no acatarían las órdenes sino que habrían de lanzarse a la calle cuando los participantes de la reunión estaban metiéndose en la cama. No saldrían a defender las abrumadoras y pensadas consignas de la CGT sino que concentraron su empeño en un objetivo único: la libertad de Perón. Sobrepasaron a sus dirigentes, desbordaron a sus sindicatos y a la CGT, así como desmoronaron en cuestión de horas a las cavilaciones de Sabattini, la retórica de los partidos, todo resultó arrasado por una masa que no se sentía representada por nadie, y que intuía que su única garantía era un hombre por el que debían luchar: Perón. Cuando todos daban por terminada la carrera de ese arrogante coronel, cuando la oposición saboreaba su triunfo, ese pueblo ignorado, explotado y subestimado dio vuelta la historia. La suma de azares inverosímiles que se fueron dando en aquellos días permitió que Perón volviera a Buenos Aires exactamente cuando millares de trabajadores, en vez de entrar a las fábricas, comenzaran a marchar hacia la ciudad, empujados por un instinto oscuro e indetenible, casi sin jefes ni plan previo.

Las multitudes del 17 de octubre carecían del tono de solemnidad y dignidad característico que impresionaba como la decorosa encarnación de la razón y de los principios. Los comunistas hicieron referencia a los “clanes con aspecto de murga”, si bien este espíritu festivo fue más tarde glorificado y legitimado, representaba un apartamiento radical respecto de los cánones de la época sobre el comportamiento público aceptable de los obreros. Esta transgresión de las normas tradicionales fue resentida sobre todo por los comunistas, anarquistas y socialistas.[5]

Al final de la agotadora jornada, Avalos aceptó que había perdido la partida, Perón fue liberado y concurrió a la Casa Rosada, desde donde se dirigió al pueblo al que solicitó que se desconcentrara en calma, pues todo había vuelto a la normalidad. Se convino en que Perón, por su propia voluntad, se retiraría de las posiciones de gobierno, pero mantendría su candidatura y todos sus amigos quedarían en el régimen. Fue una victoria decisiva, que le permitió lanzar una campaña con todas las ventajas del oficialismo y del estado de sitio que se mantuvo hasta casi el día del comicio. Para las elecciones se armaron básicamente dos partidos que apoyaron la candidatura de Perón: el Laborista y la UCR Junta Renovadora.

Había nacido el peronismo.

CONCLUSIONES

Sin dudas el 17 de octubre es una de las fechas más importantes de las últimas décadas. Sus consecuencias nos alcanzan hasta hoy día. Marcó el comienzo de la integración de la clase obrera como tal en el proceso político nacional, al que era ajena hasta entonces. La rápida industrialización del país y la formación de un sector social directamente ligado a la actividad industrial, nucleado en sindicatos, contribuyeron a que el proletariado adquiriera en muy poco tiempo una clara conciencia de sus intereses. Fue entonces la inserción de la clase obrera al mapa político del país, el saldo más importante del 17 de octubre.

Marcó también una irreductible división entre los argentinos. Se enfrentaron dos formas distintas de ver la realidad nacional y luego del enfrentamiento, ya nada volvió a ser lo que era. Quizás la imagen que refleje de manera más clara dicho enfrentamiento, sea la de el secretario del procurador de la Nación llevando a la Casa Rosada la lista ministerial formada por Alvarez… afuera  la plaza parecía una caldera a punto de reventar, pero Alvarez nada había comprendido. Como dice Luna: Pocas veces dos líneas históricas pudieron confrontarse gráficamente de una manera más directa.

Esa ceguera fue la misma que acompañó a la oligarquía tradicional durante el transcurso de toda esta historia, ni siquiera los acontecimientos del 17 fueron lo suficientemente demostrativos para ellos. Sería un error fatal con vistas a las próximas elecciones.

Las jornadas de octubre marcaron también el fin de la era de la oligarquía como clase gobernante. Nacía otra Argentina.

[1] La sanción, a mediados de 1944 del estatuto del Peón Rural, fue vista como una fuente de abusos y de encarecimiento antieconómico.

[2] LUNA FÉLIX, El 45, Sudamericana, Bs. As., 1971. Página 195.

[3] Ibídem, página 276.

[4] TORRE, JUAN CARLOS. Op. Cit. Página 72. La difusión de las actas de sesión del 16 de octubre, ha puesto fin a una errónea versión recogida por algunos autores, entre ellos Félix Luna en El 45, que adjudicaba el triunfo a un margen más limitado de 21 votos contra 19.

[5] JAMES, DANIEL. “17 y 18 de octubre de 1945: el peronismo, la protesta de masas y la clase obrera argentina”, en TORRE, JUAN CARLOS. Op. Cit página 111.

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