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PRIMERA JUNTA, en busca de legitimidad

Posted by on 15 abril, 2010

El primer problema residía en legitimar la Junta en la mayor medida posible, para facilitar el reconocimiento y apoyo del resto de la jurisdicción. Entre julio y septiembre de 1810 unas quince ciudades se pronunciaron por el reconocimiento de la Junta, y casi todas designaron un diputado.

Los puntos más problemáticos residían en Montevideo, el Paraguay y el Alto Perú, además de Córdoba, donde Liniers logró nuclear un pequeño grupo de leales a España. En la totalidad del actual territorio argentino, el reemplazo del virrey por una junta contó con la aprobación de los cabildos, salvo Mendoza, donde el comandante de armas intentó resistir por la fuerza, siendo desarmado y confinado. Con este objetivo, a mediados de junio partió hacia el Norte un ejército de unos 1.200 hombres para asegurar la obediencia del Interior. Esta fuerza, es la que toma prisionero al ex virrey Liniers y luego lo fusila (28 de agosto) tras una orden de los integrantes de la Primera Junta, salvo Alberti, que era sacerdote. Fue este un hecho doloroso, pero a la vez un mensaje muy claro.

En poco tiempo, la Junta, pues, había castigado a los dirigentes de la contrarrevolución cordobesa y había expulsado a antiguos funcionarios reales que efectuaban una activa oposición. Faltaba ahora el Cabildo.

Como es sabido, el Cabildo porteño había tenido que asentir a la designación de la Junta el 25 de mayo porque la presión militar y popular era irresistible. Pero sus sentimientos de adhesión a las autoridades españolas permanecían inconmovibles. Pocos días después de la asunción de la Junta, el Cabildo dictó un reglamento que entre otras cosas establecía que si en seis meses no se incorporaban los diputados del interior, el cuerpo procedería a designar otra junta. Esta se limita a desconocer semejantes atribuciones, y a mediados de octubre hace expulsar a los cabildantes y al día siguiente los reemplaza por patriotas netos. Así liquida la Junta todo intento de oposición. Fue una cuestión de supervivencia, ya que con el envío del ejército al Norte, la causa revolucionaria quedaba indefensa en la ciudad porteña, pues los regimientos más patriotas, el de Patricios y el Estrella, formaban parte de la columna que marchaba hacia el Alto Perú.

Montevideo, la campaña oriental y Asunción.

Cabildo de Montevideo (1937)

El 31 de mayo de 1810, el Cabildo de Montevideo recibió las comunicaciones de la Junta de Buenos Aires solicitando el reconocimiento y el envío de un diputado. Al día siguiente se reunió un Cabildo Abierto cuya decisión no fue muy clara: no se desconocía a la Junta, se anunciaba una adhesión con limitaciones y que después se enviaría un diputado. Considerando la tradicional rivalidad entre ambas ciudades, el resultado era satisfactorio.

Pero el azar quiso que apenas realizado el Cabildo Abierto, arribara un barco español trayendo noticias –que resultaron falsas- sobre la liberación del territorio español. La reacción fue inmediata a favor del reconocimiento del Consejo de Regencia y el congelamiento de las relaciones con Buenos Aires.

La Junta envió a su secretario, el hábil Juan José Paso para persuadir al Cabildo, pero finalmente la Asamblea decidió que Montevideo no reconocería a la Junta mientras ésta no reconociera a su vez al Consejo de Regencia.

Un mes más tarde la junta declaraba abiertas las hostilidades contra Montevideo y, aunque éstas no tuvieran efecto en un primer momento, el disenso se agravó con la llegada a la ciudad oriental del brigadier Francisco Javier de Elío (enero de 1811) quien portaba el nombramiento de virrey del Río de la Plata, expedido por el Consejo de Regencia, designación que desde luego fue rechazada por la Junta de Buenos Aires.

Mientras tanto, en la campaña oriental, en junio de 1810, las ciudades de Maldonado, Colonia del Sacramento, Soriano y Santa Teresa reconocían a la Junta de Buenos Aires y en Paraguay pese a los esfuerzos del enviado de Buenos Aires, el Cabildo de Asunción reconoció por aclamación al Consejo de Regencia en la  reunión del 24 de julio de 1810.

El Alto Perú

Pero el hueso más duro de roer para la Junta era, sin duda, el Alto Perú. La importancia de la región, su proximidad al Virreinato de Lima, con el que había estado tradicionalmente vinculada y, en razón inversa, la distancia que la separaba de Buenos Aires hacían de ese objetivo el más difícil que se presentaba en el campo político y militar.

Cuando llegaron las noticias del reemplazo de Cisneros, las gobernaciones altoperuanas pidieron al virrey del Perú que enviara auxilios. Entretanto, la columna porteña avanzaba rápidamente, urgida por las insistentes órdenes de la junta. El 27 de octubre tiene lugar un primer encuentro en Cotagaita, que resultó derrota para los patriotas. Pero el 7 de noviembre se concreta en Suipacha la primera victoria armada de la revolución, suficiente para que todo el Alto Perú cayera en manos de los patriotas. Gracias a esta batalla, la autoridad de la Junta tenía vigencia en todo el territorio del antiguo Virreinato, con excepción del Paraguay y Montevideo. En diciembre de 1810, la estrella de la revolución brilla en todo su esplendor.

Junta Grande y renuncia de Moreno. Derrumbe de la Junta.

A medida que las ciudades reconocían a la Junta, procedían a designar los diputados que las representarían en Buenos Aires. Mariano Moreno era de opinión contraria al ingreso de los representantes del Interior en la Junta, seguramente porque intuía su debilitamiento con la incorporación de estos diputados que, en general, carecían del tono revolucionario y transformador que lo caracterizaba. Y su olfato político le decía, que los organismos ejecutivos debían ser pequeños y homogéneos pues de otra manera corrían el peligro de ser ineficaces.

A mediados de diciembre ya estaban instalados en Buenos Aires nueve de los diputados del Interior, entre ellos el deán Gregorio Funes, quien se convirtió en vocero de sus colegas en la exigencia de ser incorporados en la Junta. El día 18 el cuerpo se reunió con los delegados del Interior: todos los miembros de la Junta, salvo Paso y Moreno, se pronunciaron por la incorporación. Moreno renunció inmediatamente por considerar que era contraria a derecho. Al día siguiente empezó a funcionar la llamada Junta Grande. El 24 de diciembre Moreno fue designado agente diplomático en Inglaterra; se embarcó tres semanas más tarde y, como es sabido, falleció en pleno océano.

Saavedra veía ahora su posición política más fortalecida, pero en el frente militar las cosas no andaban bien, Belgrano había sido derrotado en Paraguay y desde la Banda Oriental Elío hostigaba a Buenos Aires por medio de un riguroso bloqueo. Pero el desastre llegó el 20 de junio de 1811, en la batalla de Huaqui, cuando las tropas realistas arrasaron a las fuerzas patriotas. En pocas semanas todo el Alto Perú volvió a manos españolas y el ejército auxiliador debió retirarse desordenadamente hacia el sur.

En Buenos Aires creció la comprensión de que era indispensable crear un poder ejecutivo pequeño, fuerte y unido, que volviera a remontar la situación. Será la propia Junta la que cree un cuerpo constituido por tres vocales: Feliciano Chiclana, Manuel de Sarratea y Juan José Paso, a quien secundarían tres secretarios sin voto: José Pérez, Bernardino Rivadavia y Vicente López, ellos conformarían el Triunvirato en su primera integración.

La independencia y el federalismo

Más que cuestionar la legitimidad monárquica, el movimiento de 1810 parecía encaminado a aprovechar la coyuntura europea para –restituido el rey al trono- reclamar una paulatina flexibilización del rígido centralismo impuesto por España en estas tierras durante trescientos años. Antes que llevar a cabo un acabado y no negociable proyecto de ruptura de los vínculos con la metrópoli, se intentaba crear precedentes que permitieran una ventajosa reformulación de esos vínculos. La intención autonomista se fue transformando en propósito separatista y la fidelidad monárquica flaqueó ante la seducción de un republicanismo más proclamado que practicado.

Pero sucedió que la situación evolucionó hacia la solución militar del conflicto, la revolución se entrelazó con la guerra. Mas allá de la cautela de los moderados y del entusiasmo de los “jacobinos”, los hechos se escaparon de sus manos y adquirieron una dinámica propia. El acto administrativo de la corporación porteña provocó un trastorno en todos los órdenes. Demasiadas cuestiones habían sido puestas de pronto sobre el tapete y todas demandaban una pronta solución capaz de conformar a los grupos enfrentados. De ahí que la confrontación armada constituyera el modo más frecuente de resolver los antagonismos.

Se trataba de suplir la legitimidad de una monarquía que durante tres siglos contribuyó a estructurar el orden colonial. La tarea no era simple en un conglomerado social disperso y con una casi nula tradición de participación. El equilibrio colonial no dependía sólo de la coacción. Con todos sus defectos y sus vicios, la monarquía española se había erigido en un sólido referente externo de sus posesiones americanas. Cuando ese referente desapareció, todo el enorme peso de la administración colonial se vino encima de cada región independizada.

La decisión independentista no clausuró los problemas. Por el contrario, pronto se puso de manifiesto la desproporción entre la magnitud de las tareas y los recursos con que se contaba para llevarlas a cabo. Buenos Aires reivindicaba para sí el poder virreinal vacante. La capital del Virreinato se sentía depositaria natural del mismo y se presentaba como “la hermana mayor” frente a las intendencias y los pueblos comprendidos bajo la jurisdicción de estas.

La Banda Oriental, el Paraguay y el Alto Perú y los pueblos interiores, fueron el objetivo de improvisados ejércitos enviados con intenciones de neutralizar la amenaza que representaban. La diferencia entre la moderación representada por Saavedra y el “jacobinismo” encarnado por Mariano Moreno radicaba en los tiempos y la modalidad para lograr ese objetivo.

Los múltiples conflictos

La dirigencia porteña no se proponía desmontar el edificio de esa provincia-metrópoli, sede del poder central y del poder económico, su intención era heredarlo y perfeccionarlo, antes que promover o tolerar una descentralización que disminuyera su poder. La nueva administración reproducía el diseño centralista borbónico pero sin disponer de los cuadros burocráticos que permitían su funcionamiento. La revolución debía en un mismo acto lograr legitimidad, construir un nuevo orden jurídico y forjar los instrumentos para hacerlo efectivo, encontrar una fórmula aceptable para relacionarse con España y el resto de Europa y formalizar una fórmula político-jurídica para ordenar sus relaciones con las provincias.

“Era el comienzo de otro drama, el que pondría frente a frente la autoridad revolucionaria con el interior, que si bien habría de aceptar la disolución del pacto político colonial, rechazaría la pretensión de Buenos Aires de transformarse en una única cabeza dominante del nuevo estado nacional. De ahí que, terminada la discusión en torno de la legitimidad del sistema político español, continuó un litigio profundo y trascendente: el de la legitimidad de buenos Aires como centro único de poder de la nueva estructura estatal” Carlos Floria y César García Belsunce

Los argumentos que Buenos Aires había esgrimido para rechazar las imposiciones de la Junta Central de Sevilla o las del Consejo de Regencia podrían volverse contra ella misma.

Sucesión de poderes efímeros

El conflicto principal –revolución versus realistas- y los conflictos secundarios –dentro de la dirigencia porteña y los de ésta con las provincias- se van encadenando y agravando durante este período. Las victorias y derrotas militares influyen en el ascenso y caída de los gobiernos. El paso de un poder ejecutivo colegiado (la Junta) a los dos Triunviratos y de éstos al Ejecutivo unipersonal del directorio señalan el desarrollo de esas pugnas.

Primer Triunvirato

Luego del formado el Primer Triunvirato, los diputados pasan a integrar la Junta Conservadora, que redacta el Reglamento Orgánico que otorga supremacía a la misma Junta, ante la cual debía responder el flamante Triunvirato. En este conflicto de poderes, una institución nacional –el Triunvirato- era sometido a la autoridad de un cuerpo municipal –la Junta Conservadora-. Semanas después, el Triunvirato disuelve a este organismo.

Las derrotas de Huaqui y los reveses de Belgrano en el Paraguay aconsejaban no abrir más frentes de lucha. Una de las primeras medidas del nuevo Triunvirato fue pactar un cese de hostilidades con el virrey Elío, levantando el sitio a Montevideo. La divisoria de aguas entre Artigas y la dirigencia porteña se hará más nítida a partir de ese momento. Buenos Aires desconfía de Artigas y no tardará Sarratea en declararlo “traidor a la patria”. La influencia del caudillo oriental sobre los pueblos del Litoral terminaría por decidir a Buenos Aires a sellar un pacto con los portugueses para poner fin a esa influencia perturbadora.

La paz con Elío supuso una derrota para los esfuerzos artiguistas y el primer aviso de la disposición porteña hacia sus proyectos. El rechazo de las credenciales de los representantes orientales a la Asamblea de 1813 reabre las heridas. A comienzos de 1814, en momentos en que el prestigio de Artigas en el Litoral aumentaba, el director supremo Posadas lo declara fuera de la ley y pone precio a su cabeza. Artigas no sólo reclamaba una expresa declaración de independencia de España sino que impulsaba la fórmula de “una república confederada independiente” en reemplazo de las viejas estructuras coloniales y del centralismo que Buenos Aires ejercía por medio de los distintos gobiernos. En 1815 el artiguismo constituía un movimiento que abarcaba el Litoral argentino y se proyectaba en alguno de sus principios en el noroeste del país.

En 1812, regresaban al país un grupo de jóvenes militares profesionales que había realizado sus carreras en España. El más importante de ellos era el teniente coronel José de San Martín, que poseía una visión de conjunto de la emancipación y comprendía que había que sustraer esa causa de los conflictos de facciones que amenazaban llevar el proyecto al fracaso. Era necesario postergar los conflictos internos, promover el entendimiento de Buenos Aires con el Interior y superar el desorden y las ambigüedades imperantes.

La situación del Alto Perú era incierta, cuando Belgrano se hace cargo de ese ejército, revierte en cierta manera la situación, tras los triunfos de Tucumán y Salta. Mientras tanto, San Martín y la Logia Lautaro hacen sentir su oposición a un Triunvirato demasiado centralista y enfrentado con Artigas (el Triunvirato había reprendido a Belgrano por enarbolar la bandera celeste y blanca y lo había mandado a replegarse a Córdoba sin presentar batalla en Tucumán, orden que Belgrano desobedeció). El saldo dejado por la acción del Triunvirato no era positivo, no resistió las presiones y fue desalojado del poder.

Un Segundo Triunvirato integrado por Juan José Paso, Nicolás Rodríguez Peña y Antonio Álvarez Jonte fue el “depositario de la autoridad superior de las Provincias Unidas”. El nuevo ejecutivo trató de recomponer la relación con la provincias y convocó a una Asamblea Constituyente (Asamblea del año XIII).[1]

El segundo Triunvirato creó la Intendencia de Cuyo (Mendoza, San Juan y San Luis), y a los quince meses de su conformación finaliza su mandato, siendo reemplazado por un ejecutivo unipersonal: el Directorio.

Texto modificado y adaptado de “La independencia argentina y americana” (1808/1824), Félix Luna, colección Momentos clave de la historia argentina.


[1] OBRA DE LA ASAMBLEA: suprime la invocación a Fernando VII, determina la acuñación de moneda, creó el Escudo y adoptó el Himno, además de sancionar una serie de “leyes igualitarias” de inspiración liberal: libertad de vientres, abolición de la Inquisición y las torturas y supresión de los títulos de nobleza. NO DECLARA LA INDEPENDENCIA, NO DICTA UNA CONSTITUCIÓN. Crea un nuevo ejecutivo: el Directorio (unipersonal).

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