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SAN MARTÍN, EL PADRE DE LA PATRIA

Posted by on 16 agosto, 2022

Hoy, 172 años después de la muerte de San Martín, en la Argentina, el país del trigo, de los mares de ganado, de los incalculables recursos energéticos, el de los brazos abiertos a millones de inmigrantes que vinieron a engrandecer esta patria; la inequitativa distribución de la riqueza nos avergüenza día tras día, la salud no es aún ni realidad ni esperanza, sobrevive el flagelo de la corrupción; agobia el desconcierto.

A pesar de todo, para decirlo con las palabras de este San Martín cada vez más ausente en las escuelas y en la memoria de sus conciudadanos, “para los hombres de coraje se han hecho las empresas”. Cuando el se responsabilizó por la suya de liberar medio continente, las condiciones de estas tierras resultaban infinitamente más graves y difíciles que las actuales. Sin embargo, no se detuvo.

Además de su titánica tarea, creo hoy necesario recordar otra faceta de su legado, no menos importante, no menos decisiva.

San Martín debe su lugar como “padre de la patria” a una percepción que nunca abandonó: la de no participar de las guerras internas del país. Fue el guerrero de la soberanía exterior, de la soberanía nacional, vivió obsesionado por expulsar al tirano de América y por mantener su sable limpio de sangre criolla. Todas las estatuas que lo recuerdan lucen inmaculadas, indiscutidas por esa decisión.
Desde el gobierno de Buenos Aires, se le ordenó que suspenda la campaña libertadora y regrese al territorio nacional, ponga el Ejército Libertador al servicio de las facciones internas y le solucione a la ciudad puerto los problemas que tiene con el federalismo del litoral. Aquí, el San Martín soldado, desobedece. Su espada no se desenvaina en luchas internas. De esta forma, continúa la campaña libertadora. Se encuentra con Bolívar y ahí chocan un militar político y un militar profesional. Sabe que el ejército libertador quedará en buenas manos; su condición de militar no político le dice que debe retirarse, ya que nada más ambiciona. Es interesante ver cómo la ausencia de metas políticas le entrega a San Martín esa pureza estrictamente militar que lo salvó de manchar su honor guerrero en partidismos y ambiciones que otros tuvieron y padecieron. San Martín es el guerrero que llega, libra la batalla y se va. Para quedarse hubiera necesitado ser un político, algo que jamás fue.
Regresa al país en febrero de 1829. Poco tiempo atrás –en diciembre de 1828– Lavalle, utilizando a los veteranos del Ejército de Los Andes que acababan de triunfar en tierras brasileñas, derroca al gobernador federal Manuel Dorrego y lo fusila. Un golpe político-militar que pone al glorioso Ejército Libertador al servicio de las luchas internas. La guerra civil es inminente y San Martín, con su prestigio, pareciera poder evitarla. Lavalle sube a bordo y lo visita, dado que San Martín no desembarca. Este no-desembarco es fundamental: la guerra que había que librar era sucia, era darle al ejército una función que nunca debió haberle correspondido, la de policía interna de la burguesía de Buenos Aires. Lavalle acababa de hacerlo. ¿Qué le va a pedir a San Martín? Le pide que continúe la tarea que él ha comenzado. San Martín no baja a tierra. Lavalle sí. Entre el general que baja a tierra y el general que elige el océano hay un abismo. Lavalle se hunde en las contiendas civiles. Lavalle es el San Martín que desembarcó. San Martín es el guerrero que no quiso ser Lavalle. Que fue San Martín y eligió el océano, la distancia y no la tierra, el barro de la historia. Su pureza se conserva y acaso eso le otorgue el título que posee, el de padre de la patria.
En su testamento lega su sable a Juan Manuel de Rosas por las luchas del Restaurador contra ingleses y franceses. ¿Es el gesto un respaldo a la política de Rosas?. No, San Martín, una vez más, otorga su bendición al héroe de una guerra contra el agresor extranjero. Fue un hombre que vivió obsesionado por la soberanía del territorio nacional y también por la ausencia ante las cuestiones que dentro de él se debatían. De aquí la pureza de su figura. Si quiso que su legado fuera ése, fue uno de los pocos argentinos que, impecablemente, logró lo que se propuso. El interrogante planteado hoy es, ¿estamos los argentinos a la altura de lo que la patria necesita? ¿somos capaces de mirar hacia adentro y enfrentar al desafío unidos? ¿o una vez más el árbol nos tapará el bosque?.

En síntesis, San Martín está en el bronce por lo que hizo, y porque pudo sobreponerse a sus humanas falencias y debilidades, no por haber carecido de ellas. Ese es su ejemplo, tan vigente como necesario. La honradez, la actitud de servicio, debe regir la conducta de nuestros gobernantes, pero también la nuestra.

IMAGEN: De Daniel Hernández Morillo – https://artsandculture.google.com/, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=83923647

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